miércoles, 11 de marzo de 2015

LAS MORADAS: SEGUIMIENTO DE JESÚS Y COMUNIÓN CON DIOS

Prof. Secundino Castro, ocd

Aula de Teología. Santander
3 de marzo de 2015

I - Introducción
Vamos a dar comienzo a esta conferencia cuyo objetivo es hacer ver cómo las Moradas de Santa Teresa es un libro que, evidentemente, recoge los aspectos más importantes de su mística, pero que también se adapta a la realidad del cristiano ya que, como van a ver, Moradas trata prácticamente del seguimiento de Cristo. Primero trataré este aspecto y luego iré siguiendo cada morada.
También quiero decir que santa Teresa tenía una gran capacidad para captar en los sermones, en los libros de la vida de Cristo el plan de la Biblia, aunque no pudiera leerla completa. Ella, que era judía, entra -por conexiones también del judaísmo con los autores sagrados de la Biblia- en unas interpretaciones de las que, incluso, no es consciente. Al reflexionar y ver todo el proceso, uno queda admirado de cómo ha profundizado la Biblia una mujer que no tenía formación universitaria, aunque había leído bastante de temas espirituales y de forma indirecta de temas bíblicos. Una de las cosas que más alegría le daba a Teresa era que le dijeran que sus esritos parecían Sagrada Escritura. Cuando un amigo le escribió: “dicen de Camino de Perfección, gente muy competente, que parece Sagrada Escritura”, para ella, ésta era la mayor alabanza que podían hacerle.
1. Moradas, el cristiano y lo profundo
Las Moradas es un viaje a la profundidad del ser humano creado en Cristo. Por eso es preciso que ante todo fijemos el pensamiento de Teresa al respecto. Lo mejor, a mi parecer, para esto es seguir el ritmo de ese pensamiento a través de una serie de textos muy ricos, que con diversas figuras nos introducen en el misterio. Veremos así lo que ella entiende por morada e, inmediatamente también, la referencia que tiene a lo cristiano. Así, de la imagen del castillo, Teresa salta a las moradas de Juan 14,2:
Que es considerar nuestra alma como un castillo todo de un diamante o muy claro cristal, adonde hay muchos aposentos, así como en el cielo hay muchas “moradas” (1M 1,1). Y añade: Que si bien lo consideramos... no es otra cosa el alma del justo, sino un paraíso adonde dice El tiene sus deleites (1M 1,1).
De modo que el alma del justo se está convirtiendo en el paraíso del Génesis. Así el cristiano entra ya en sus mismos constitutivos en la historia de la salvación. Pero Teresa da un paso más y descubre que el ser humano está hecho a imagen de Dios como lo refleja la experiencia del siguiente texto:
No hallo yo cosa con qué comparar la gran hermosura de un alma y la gran capacidad; y verdaderamente apenas deben llegar nuestros entendimientos..., a comprenderla, así como no pueden llegar a considerar a Dios, pues El mismo dice que nos crió a su imagen y semejanza (1M 1,1).
Y a continuación clarifica su pensamiento en otro pasaje brillante que parece, más que una descripción, un canto al yo del hombre:
Este castillo tan resplandeciente y hermoso, esta perla oriental, este árbol de vida que está plantado en las mismas aguas vivas de la vida, que es Dios (1M 2,1).
 Con estos pasajes parece que Teresa quiere trasportar el famoso castillo al Paraíso del Génesis, al del Apocalipsis con alusiones al árbol de la vida a que se alude en ambos, y al río donde el árbol germina.
No es improbable que se refiera también al árbol del salmo plantado junto a las aguas.  Con ello se significa ya que la misma ontología del ser humano, en este caso del cristiano, tiene sabores bíblicos y su maduración no se va a poder hacer si no es desde la Biblia. Por eso cuando esa realidad luminosa se apaga a causa de la culpa, dice santa Teresa:
No hay tinieblas más tenebrosas, ni cosa tan oscura y negra, que no lo esté mucho más. No queráis más saber de que, con estarse el mismo sol[1], que le daba tanto resplandor y hermosura todavía en el centro de su alma, es como si allí no estuviese para participar de El, con ser tan capaz para gozar de Su Majestad como el cristal para resplandecer en él el sol. (1M 2,1); cf 1M 2,3; 7M 2,8)[2].
Obsérvese cómo Teresa une la moral a la ontología. Esto es muy importante por lo que enseguida vamos a decir de su comprensión del seguimiento de Jesús.         
Pero la explicación de todos estos textos se halla en una experiencia cristológica de gran calado con que finaliza el libro de la Vida. Pasaje que, según creo haber demostrado en otro lugar, es el fundamento y la raíz de las Moradas:
De presto se recogió mi alma, y parecióme ser como un espejo claro, toda… y en el centro de ella se me representó Cristo nuestro Señor, como le suelo ver. Parecíame en todas las partes de mi alma le veía claro como en un espejo, y también este espejo yo no sé decir cómo se esculpía todo en el mismo Señor por una comunicación que yo no sabré decir, muy amorosa.” (V 40,5).
El yo humano se constituye, pues, en Cristo. Su maduración consistirá en que ese Cristo llegue a trasvasar toda su realidad ontológica y moral. El seguimiento según esto no sólo va a ser un exigencia ética, sino también del ser.  Es cuanto a continuación va a decir Teresa:
Dióseme a entender que estar un alma en pecado mortal es cubrirse este espejo de gran niebla y quedar muy negro, y así no se puede representar ni ver este Señor, aunque esté siempre presente dándonos el ser (V 40,5).
Este pasaje es uno de los más importantes de la experiencia teresiana por varios motivos:
 1. Lo que se decía de la Divinidad y de la Trinidad, ella lo experimenta en Cristo.
2. Cristo aquí connota su Humanidad, porque Teresa dice que se le representó “como le solía ver”. En cualquiera de sus visiones ella siempre le percibió resucitado, por consiguiente, con su Humanidad.
3. El recogimiento supremo teresiano es cristológico.
4. Se incrusta en el yo humano de tal manera, que ni siquiera el pecado lo puede ahuyentar aunque lo oscurezca.
5. Viene a formar parte del hombre, que según esto, estaría constituido de cuerpo, alma y Cristo.
6. Esta comprensión teresiana nos acercaría de algún modo a Efesios y Colosenses y quizás a Teilhard de Chardin.
7. Es una de las experiencias supremas del libro de Vida.
8. Sólo el hombre puede encontrarse a sí mismo y explayarse desde esta dimensión cristológica.
9. El seguimiento tiene por objeto el que la realidad de Cristo se imponga en todas las zonas del ser.
10. La experiencia y el seguimiento alcanzarán su cumbre cuando el hombre sienta que ya no es el que vive, sino Cristo (Gá 2,20) [V 6,10; CC 3,10].  
Si la imagen del castillo se sustenta en el pasaje de Vida que acabamos de recordar, se convierten las Moradas en una cristofanía –el proyecto revelacionístico del Padre es cristológico- y en una cristopatía -el acceso del hombre a Dios se resuelve en la experiencia (padecimiento) de Cristo (seguimiento)-.
Si no estuviera suficientemente probado que Moradas se sustenta en Vida 40,5, añadamos que esto se evidenciaría por una especie de lapsus que comete la autora al citar un pasaje, creyendo que lo ha escrito en Moradas cuando en realidad es del lugar recordado de Vida, como se deduce del texto siguiente, que no se encuentra en Moradas[3]
Mas, como faltamos en no disponernos y desviarnos de todo lo que puede embarazar esta luz, no nos vemos en este espejo que contemplamos, a donde nuestra imagen está esculpida (7M 2,10).
Por otra parte, el esfuerzo del seguidor de Moradas ha de dirigirse a entrar en contacto con el Rey que inhabita el centro del yo, cuya alma, al modo de un espejo, refleja a Cristo, como se asegura al final de la obra:
Aparécese el Señor en este centro del alma sin visión imaginaria sino intelectual... como se apareció a los apóstoles sin entrar por la puerta, cuando les dijo: “Pax bovis” (7M 2,3). cf. 5M 1,13.
De cuanto llevamos diciendo se infiere que el libro de Moradas  narra la forma de cómo alcanzar la madurez cristiana, que, ya hemos dicho, implica un doble aspecto: ontológico y moral o psicológico espiritual. Teresa no lo duda, para entrar dentro, en las profundidades del yo, sustentado en Cristo, se impone el seguimiento (3M 1,8). Sin el seguimiento de Jesús; sin la experiencia de su vida y el amor al prójimo (5M 3,10) no hay hondura posible. Y si pareciere que la hubiere, sería una profundidad vacía (V 22,9).
Esta es la mística de santa Teresa que, como van a ver enseguida, está muy basada en los sacramentos, en la eucaristía, en el seguimiento, en la realidad de Jesucristo; es decir, es una mística para todos los cristianos. 
2. ¿Qué significa el término Morada?
Parece que Teresa ya desde el principio, piensa dar a la palabra morada contenido bíblico. En efecto, apenas se abre el libro (1M1, 1), cita el texto de Juan 14,2: “En la casa de mi Padre hay muchas moradas. A este texto parece aludir en Fundaciones 14,5:
Gozaremos en aquella eternidad, adonde son las moradas conforme al amor con que hemos imitado la vida de nuestro buen Jesús.
Es probable que en un primer momento entienda morada como la estancia de un castillo. Y así utilizará también a lo largo de la narración esa imagen. Pero, si se observa con detención, la figura del castillo se retira a un plano secundario, porque las connotaciones bíblicas la van absorbiendo.
Moradas representará un estado de conciencia crístico. Desde otra perspectiva, una etapa en el seguimiento. Cada paso serio en el seguimiento constituye una morada. Así las moradas teresianas se van identificando con el concepto de morada de Juan. Esto no es algo que solamente se halle de una forma objetiva en el libro teresiano, se encuentra ya en la intencionalidad de Teresa. Porque Teresa, apenas comienza, infunde tal dinamismo a esta palabra que la enmarca en su más genuino sentido escriturístico. Juan en su evangelio entiende el término morada como una derivación del verbo griego “meno”, vocablo que utiliza para significar la relación permanente, vital y sin interrupción entre Jesús y el Padre, y entre nosotros, el Padre y Jesús, (Jn 14,23). Es el mismo dinamismo teológico-espiritual del libro de la santa.
3. Perspectiva joánica del libro teresiano
Teresa asume para su obra esa categoría tan significativa del cuarto evangelio. Desde este aspecto, todo el libro de Moradas ya se enjoya[4] de tonos bíblicos. Por ello no es arriesgado afirmar que Moradas resulta un comentario al texto joaneo, sin desdeñar otros textos del seguimiento evangélico que integrará en éste. Previo a la “celebración del matrimonio” también Teresa gozará de la experiencia trinitaria (7M 1,7), a que alude el evangelista. El contenido de las moradas del Padre se prosigue luego en el Apocalipsis de Juan (21,10-23), en el que morada es la ciudad entera. Así parece que Teresa entiende también las suyas. De hecho algunos de los elementos que componen su visión del alma están tomados de esa ciudad encantada, vg, el sol (Ap 21,23).
La maduración del cristiano la va a entender Teresa como la vivencia de la Nueva Jerusalén aquí abajo, tal como hoy viene comprendida por no pocos intérpretes del Apocalipsis. Teresa va a identificar los procesos del crecimiento cristiano como un seguimiento hacia las honduras del yo, donde se encuentra Cristo en dimensiones del paraíso del Génesis, del jardín del Cantar o del Apocalipsis o como la ciudad futura o nueva Jerusalén y la tierra prometida.
A lo largo de la historia se ha tratado de señalar el origen del símbolo teresiano del Castillo y las Moradas. Muchos han recurrido a una revelación hecha a la Santa; oros han pensado en alguna construcción, las murallas de Ávila, la catedral,  incluso han señalado un castillo concreto; otros creen que la Santa se ha servido de algunos tratados espirituales o sermonarios, otros piensan que lo puede haber encontrado en el Romancero o en libros de caballería o en fuentes islámicas, o un método de diversión para la vida espiritual. Finalmente, no faltan quienes creen que se ha inspirado en la Biblia, principalmente en Jn 14,2 o Ap 21-22. Esas imágenes más globales se concentrarían en estancias más reducidas: la bodega del Cantar, el Cenáculo, el sepulcro de Cristo, la tierra prometida. En realidad no se trataría de una imagen, sino de un conjunto de ellas de aspecto bíblico-cristológico que desarrollan el relato: la búsqueda del Amado (Cantar, evangelios).
Yo pienso que el primer golpe de inspiración se halla en Vida 40,5. Es probable que el segundo fuera un castillo de amores, saltando en seguida la imagen a contextos bíblicos, como el Paraíso del Génesis, la ciudad del Apocalipsis, en donde se encontrarían las moradas de Juan 14,2. Existen otras imágenes no religiosas que ayudan al engarce de las primeras, pero son muy secundarias.
Cualquier interpretación cuyo eje no sea lo bíblico cristológico está condenada al fracaso, y no logrará dar razón ni del contenido ni del modo de su desarrollo.  
 La profundización hacia la maduración supone la integración humana en Cristo. Un estilo formal de seguimiento. Esto quiere decir que su mística se empapa de Biblia y más en concreto de cristología. Ya lo hemos dicho, no se puede entrar dentro sin los sentimientos que denota la figura de Jesús. La mayor profundidad para Teresa es el seguimiento y sólo se consigue la comunión con Dios en la identificación con Jesucristo. En seguida lo vamos a comprobar.
Para Teresa el seguimiento de Cristo significa el amor al prójimo que, como veremos en séptimas moradas, concebirá como algo que parece imposible: “el amor al enemigo con ternura”. Antes de septimas moradas, Teresa perdonaba, comprendía, pero no experimentaba esta ternura ante el enemigo, algo que psicológicamente es, en mi opinión, prácticamente imposible. Para muchas personas el místico es alguien que se retira, se ausenta, parece que no está en el mundo; sin embargo el místico dice que sin el amor al prójimo, es impensable el encuentro con Cristo.
II – HACIA LAS HONDURAS DEL YO
1.  Primera Morada: Prendidos en la figura de Cristo
Por vivir el ser humano desligado de Dios, la luz que deslumbra su interior apenas emerge (1M 2,14). Tales personas se desconocen, ignoran su propio origen y sentido. Teresa las invita a hacer el recorrido del ciego de nacimiento (1M 1,3) del evangelio de Juan 9,23. Es muy significativo el recuerdo del ciego joaneo aquí, al comienzo del camino de Moradas. El ciego joaneo es toda una historia de seguimiento. El instinto teológico de Teresa le obligó a comenzar por esta figura evangélica que asume a las sinópticas y presenta el seguimiento de una forma más completa.
En efecto, Juan recuerda que Jesús le untó de barro en los ojos, hecho con su saliva. Aquel ungüento era expresión de su Humanidad. Jesús le curó con ella, con su ser de encarnado. Y el ciego vio sus luminosidades, e hizo la confesión plena de Jesús ofrendándole siete títulos (Jn 9,1-41).
Sólo así podía mirarle como recomienda Teresa que comienza esta morada rememorando a Hebreos: “Fijos los ojos en Cristo” (1M 2,11); para dirigirse como redimidos por él (1M 2,4), substrayendo previamente la oscuridad que entenebrece y enfea el cristal del alma (1M 2,4), hacia el centro del yo, lugar del tesoro, donde se ocultan la fuente el sol y el árbol, es decir, el Jardín del Génesis, el Paraíso del Apocalipsis o el Río de agua viva, del Génesis, Salmos y Apocalipsis[5]. Esas figuras bíblicas denotan las experiencias que va adquiriendo el seguidor en su proceso de interiorización que se realiza en la medida en que se va identificando con Cristo.
Pero este camino sólo lo podrá llevar a cabo después de que Jesús le haya rehabilitado como al paralítico de la piscina de Betesda, que recuerda Teresa en 1M 1,6-8. Al igual que aquél, el alma emprende el nuevo éxodo hacia los torrentes de Cristo, que Juan rememora en 7,37-39 y también Teresa en 7M 2. El camino se dirige al lugar del embrujo donde vibra el corazón (1M 1,8).
Cristo quiere realizar otra vez una historia tan bella como la de Pablo o la de Magdalena (1M 1,3), a quienes alude aquí la Santa, dando muestras de la cristopatía que  la aflige ya en los albores de Moradas.
También la figura del paralítico viene aquí muy bien situada. La palabra paralítico expresa la idea de camino a recorrer, y la piscina, el término, que no es otro, que Cristo. La piscina en el evangelio de Juan es el mismo Cristo, como interpretan no pocos especialistas.
Finalmente, el propio conocimiento, característico de esta morada, lo descubre en el de Dios, que reverberó en Cristo:
Mirando su grandeza, acudamos a nuestra bajeza, y mirando su limpieza, veremos nuestra suciedad; considerando su humildad, veremos cuán lejos estamos de ser humildes  (1M 2,9)[6]
Texto que evidentemente Teresa  predica de Jesús. A quien nos pone como modelo a imitar. El camino de la profundización, del recogimiento es el del seguimiento. Veremos que de este modo Teresa cristifica la mística y la hace cristiana.
2.  Segunda Morada: Preanuncios de presencia a ritmos de seguimiento. Se inicia el diálogo con Dios.
Ya en estas segundas moradas se va a preanunciar de forma más precisa el camino del seguimiento, que se formulará específicamente en las siguientes, sobre todo, en las terceras, en que se utilizarán no sólo una determinada simbología, sino terminología específica del seguimiento evangélico.
Aquí se perciben por primera vez las voces de Dios (2M 1,2)[7], y el seguidor de segundas moradas se deshace por obedecerlas. Pero, por otra parte, se levantan los gritos del mundo que le reclaman. En este escenario se produce una lucha atroz. Entonces  comprende la advertencia del evangelio de que “sin él no podemos hacer nada” (2M 1,6), pues de otro modo sería “construir la casa sobre arena” (2M 1,7), rememora nuestra autora, pegada a los evangelios y a textos de seguimiento.
Ante esta perspectiva suplica al Señor que, por su sangre derramada por nosotros (2M 1,9), nos arrastre hacia sí. En el párrafo final de esta morada se halla la raíz de la misma. Es un texto de gran intensidad y concisión crística, al que se le añade una súplica vibrante, configurada con tres citas evangélicas.  El grito teresiano se modula así:
Pues si nunca le miramos ni consideramos lo que le debemos y la muerte que pasó por nosotros, no sé cómo le podemos conocer ni hacer obras en su servicio (2M 1,12).
De nuevo el mirar a Jesús, tan teresiano, que ya apareció en la primera morada, y que veremos en la séptima (4,9). Teresa vincula la mirada al seguimiento como puede observarse o, mejor, el mirar ya es una forma de seguimiento. Un mirar para ser inmantados.
El grito concluye con una plegaria compuesta con tres pasajes evangélicos, dos de Mateo y uno de Marcos:
Plega al Señor nos de entender lo mucho que le costamos, y cómo no es más el siervo que el Señor, y que hemos menester obrar para gozar su gloria, y que para esto nos es necesario orar para no andar siempre en tentación (2M 2,12).
El primero de Mateo (10,24) quiere decir que el discípulo tiene que pasar las mismas penalidades que su Señor.
El siguiente, también de Mateo (26,41), contempla a Jesús en Getsemaní exhortando a sus discípulos a la plegaria. La oración, que ha surgido como nuevo estilo del alma en esta morada, es esencial para no sucumbir a esas tentaciones que la atormentan; es el clamor de Jesús, que también en esos momentos ora.
Finalmente, el texto de Marcos (10,17) nos pone delante aquel personaje que le preguntaba sobre cómo conseguir la vida eterna. Aquí sólo lo insinúa; en terceras moradas será el emblema del seguidor. Pero, como decimos, ahora Teresa le va preparando.
La alusión al hijo pródigo (2M 1,4), a los Zebedeos (2M 1,8), y a la paz ofrecida en el Cenáculo (2M 1,9), muestran las actitudes y sentimientos cristológicos que deben impregnar al alma en su camino oracional en esta morada. Estas figuras del evangelio invitan al seguimiento y orientan la radicalidad del evangelio al interior.
 Así, espera Teresa que el Señor la conduzca hasta la “tierra (de promisión)” que, a  tenor de su discurso, es la morada de Cristo, donde se encuentra todo y que está en nuestro interior, donde resplandece el Resucitado. Por consiguiente, la “tierra (de promisión)” es otro elemento constituyente del yo. La inmersión en nosotros mismos va buscando el centro donde está Jesucristo para que, desde ese centro todo se cristifique y a partir de ahí, todas las acciones del ser humano comiencen a tener sentido crístico. La tierra de promisión que anhelamos es Cristo, que mora en nuestro interior. La marcha evangélica es a la vez marcha ontológica. La luz del evangelio se identifica con el clamor de nuestro yo.
3.  Tercera morada: En pos del señor para ver su rostro. La invitación a seguir a Jesús.
Teresa ahora va a poner su mirada en el rico del evangelio que no siguió a Jesús. Ella cree que es el mejor emblema de estas terceras moradas. Desde que comencé a hablar en estas moradas le traigo delante (3M 1,5), dice Teresa, refiriéndose al rico del evangelio.  La llamada de Jesús se dirige a todos, pues la perfección de que habla Mateo se refiere a ese complemento final que pone el NT sobre el Antiguo. La enseñanza de Jesús sobre las riquezas incumbe, pues, también a todos sus seguidores, aunque las formas de llevarla a cabo sean diferentes. Posiblemente en este caso se trataba de alguien a quien llamaba al estilo de los Doce. Teresa ha captado bien el contenido del texto, dándole un sentido universal, igual que a sus moradas, como se infiere de no pocos pasajes (3M 1,5; 2,3-6; 7M 2,10).
Las terceras moradas nos sitúan, pues, en el camino del seguimiento de Jesús. La alusión a dejar las redes de San Pedro: Y dejamos todas las cosas del mundo y lo que teníamos, por Él (aunque sea las redes de san Pedro), afianza todavía más esta idea. Es la respuesta natural a lo que él hizo por nosotros. Un texto teresiano al respecto fija la orientación que ella da al seguimiento de esta morada:
Que podemos hacer –dice- por un Dios tan poderoso, que murió por nosotros y nos crió y da ser, que no nos tengamos por venturosos en que se vaya desquitando algo de lo que le debemos por lo que nos ha servido... que no hizo otra cosa todo lo que vivió en este mundo (3M 1,8).
Y enseguida nos invitará también a la “desnudez” y “dejamiento” de todo (3M 1,8), palabras que resuenan a aquellas con las que Jesús fija las condiciones del seguimiento y a cuanto hicieron los primeros seguidores de Jesús como reflejan los evangelios. E, invitándonos a la humildad, recuerda aquí la enseñanza del Señor, que nos advierte que, después de haber hecho todo, nos tengamos por siervos sin provecho, inútiles (3M 1,8), y siempre dependientes de él (3M 1,8).
Curiosamente recuerda aquí Teresa unos trabajos interiores que tienen muchas almas buenas, intolerables y muy sin culpa suya, de los cuales siempre las saca el Señor con mucha ganancia” (3M 1,5).
Se trata de un regalo anticipado de la noche oscura,  con el que el Señor acelera el seguimiento. Teresa contempla así el seguimiento como gracia, como don; es la atracción de que nos habla san Agustín. Por eso ella nos invita a dejarnos llevar por esa atracción, que nos hará ir de prisa tras él, por la fuerza de su llamada: Nosotras de sólo caminar aprisa (apriesa) por ver este Señor (3M 2,8). Ese aprisa señala sin reservas la modalidad de seguimiento que ella quiere imprimir, y para ello ninguna actitud mejor que la que adoptó Tomás, apóstol de Jesús, cuando invita a sus compañeros a subir a Judea a morir con Él (3M 1,2). Texto que introduce Teresa al principio de estas terceras moradas, cuyo centro focal, ella sitúa en el seguimiento evangélico. Pero enseguida observará que la mejor forma de seguimiento hasta morir con Jesús, se halla en el cumplimiento de la voluntad de Dios (3M 2,6). Y aquí la referencia de Teresa es a Getsemaní y, posiblemente también, al Padrenuestro.
Tal observación viene muy bien a estas personas de terceras moradas que se han imaginado, y así tratan de vivirlo, un cristianismo organizado, -concertado, lo denominará ella (3M 1,5):
La voluntad de Dios no pocas veces desconcertará este concierto. Pero ellas, no descubrirán su presencia por estar todavía muy ligadas a la mundanidad.
La cita bíblica encaja perfectamente en este lugar, porque nos hace ver que también el Padre con la permisión de la crucifixión de Jesús desconcertó el proceso mesiánico (Mc 14,36). Se entiende, por esto, que Teresa pida al Señor que pruebe a estas almas para que se encuentren a sí mismas y se conozcan. (3M 1,7).
Una vez más la Santa ha enmarcado otra morada en Jesús. Todo surge de contemplarlo y de ver lo que ha hecho por nosotros. Su entrega y el cumplimiento de la voluntad del Padre, avivan en el sujeto de terceras moradas el anhelo de seguirlo, más aún, de ir a morir con Él, y no adoptar la actitud del joven rico, discerniendo nuestros más ocultos apegos y rindiendo nuestro corazón sólo a aquel que murió por nosotros, y nos crió y da ser... y que nos ha servido... que no hizo otra cosa todo lo que vivió en el mundo (3M 1,8).
Una cosa curiosísima es que pone primero la muerte de Jesús, antes que la creación; ha utilizado los textos a su manera, pero se los ha aplicado a Jesús Resucitado, que es la experiencia que tenía siempre. Aunque la experiencia fuera de pasajes o pasos de la vida pública de Jesucristo, Teresa, siempre lo vio resucitado; lo ve todo desde esa perspectiva pascual.

4.  Cuarta Morada: La oración de recogimiento y quietud, y dos textos famosos  de Juan. La mística y el yo.
Teresa abordará en estas moradas la oración de recogimiento infuso y de quietud.[8] Aunque primeramente se referirá a la oración de “recogimiento adquirido”, el que nosotros podemos adquirir por nuestra fuerza ayudada por la gracia. Todas ellas no son más que experiencias cristológicas como veremos enseguida.
El “recogimiento adquirido”, ya lo hemos dicho, lo aborda aquí de paso. En realidad este grado oracional pertenece a las terceras moradas. Ahora se limita a determinar su contextura, sin detenerse en el análisis interno. Habla de él en Vida y Camino donde el centro del mismo es Cristo.[9] El orante fija su mirada y su corazón en la persona de Jesús, en cuyas profundidades termina siendo atrapado. Unas breves referencias nos bastan para comprenderlo:
Puede representarse delante de Cristo –enseña Teresa- y acostumbrarse a enamorarse mucho de su sagrada Humanidad y traerle siempre consigo (V 12,2). Para terminar en aquel momento en el que el recogimiento alcanza su cumbre: Se esté allí con Él. Acallado el entendimiento. Si pudiere, ocuparle en que mire que le mira (V 13,22).
Pero el estilo oracional que caracteriza a estas moradas son la oración de recogimiento infuso y la de quietud. Son dos formas de llamadas de Jesús en que la persona se siente llevada como en volandas a los misterios del mismo Señor. Es la mística. Así narra la oración de recogimiento infuso:
Visto ya el gran Rey, que está en la ‘morada’ de este castillo, su buena voluntad, por su gran misericordia, quiérelos –a los sentidos- tornar a él y, como buen pastor, con un silbo tan suave, que aun casi ellos mismos no le entienden, hace que conozcan su voz y que no anden tan perdidos, sino que se tornen a su ‘morada’. Y tiene tanta fuerza este silbo del pastor, que desampara las cosas exteriores en que estaban enajenados y métense en el castillo.
Es el dulce arrastrar del Señor al discípulo, al que sumerge en su yo. Es la atracción de la gracia de la que habla san Agustín. El texto remite a Juan 10,1-21, al pasaje del Buen Pastor y posiblemente a Gálatas 2,20. El Rey, que está en la morada central, ahora se hace pastor. No podemos olvidar que el Rey-Pastor de ahora, es aquel Cristo resucitado que Teresa contempló en Vida 40,5. Teresa sigue impecable la unidad cristológica del relato. Todo surge de ese interior donde ella vio al Señor llenándolo de luz. El Rey, Pastor llama a sus ovejas con un silbo, que les da a conocer su voz.
Y aquí habría que recurrir al evangelio de Juan, 10,3-4.14ss. Ese conocimiento de la voz remite al conocimiento de la persona. “Conocer” en la Biblia implica siempre al corazón. El entendimiento no ha terminado su función hasta que no se ha dejado penetrar enteramente por el corazón. “Hay más que una simple analogía entre el conocimiento que Jesús tiene de sus ovejas y éstas, de Jesús, cuando él lo compara con la relación que él tiene con el Padre, porque el amor del Padre y del Hijo es la fuente misma del conocimiento y del amor de Jesús y los suyos”[10].
Teresa hablará de ese silbo que conduce a la voz. Esa voz es portadora de una llamada. Se trata indudablemente del seguimiento al que se refiere Juan. Teresa ya nos había hablado del seguimiento en las terceras moradas, que indudablemente coincide con el seguimiento de Jesús de los sinópticos; éste, al que ahora nos estamos refiriendo, tiene parecidos con el de Juan, al que los autores sitúan en estadios superiores. Con toda seguridad la Santa desconocía estas disquisiciones, pero su fina intuición bíblica le permitía situar los textos de manera certera. En las cuartas moradas Teresa nos presenta su seguimiento al estilo del cuarto Evangelio. La fascinación de Jesús arrastra al discípulo.
Y al igual que las ovejas se recogen en torno a Cristo, ahora lo harán los sentidos. Se acercan a él metiéndose en el castillo. No llegan a la morada principal, pero ya están en el ámbito de Cristo, no digo redil, porque Juan se opone a usar esta palabra[11], por la gran libertad y anchura de ser que allí se produce. Esto hace que las cosas exteriores no les digan nada y corran presurosas a Cristo: Desamparan las cosas exteriores en que estaban enajenados y métense en el castillo (3M 3,2).
Ahora Teresa nos hablará de otra llamada que toca la afectividad del discípulo que queda de alguna manera absorbida por la del Maestro. Es la oración de quietud que Teresa define así:
Estotra fuente, viene el agua de su mismo nacimiento, que es Dios, y así como Su Majestad quiere, cuando es servido hacer alguna merced sobrenatural, produce con grandísima paz y quietud y suavidad de lo muy interior de nosotros mismos, yo no sé hacia dónde ni cómo, ni aquel contento y deleite se siente como los de acá en el corazón -­digo en su principio, que después todo lo hinche-­, vase revertiendo este agua por todas las ‘moradas’ y potencias hasta llegar al cuerpo.  
El tema del agua Teresa siempre lo refiere al relato de la Samaritana de (Jn 4, 1ss) o a las palabras de Jesús en la fiesta de las tiendas (Jn 7,37-39). En ambos se hace alusión al crecimiento del agua hasta desbordar. Los dos relatos están íntimamente correlacionados en el evangelio de Juan.
El último estadio del agua viva se convierte en la proclamación de Jesús, en la solemnidad de los Tabernáculos, en el Espíritu Santo que recibirán de él los creyentes. El contenido de la experiencia teresiana hay que relacionarlo más bien en este momento con el agua de la Samaritana. Conviene no olvidar que ya dijimos, hablando de las primeras moradas, que, entre las realidades que Teresa detectaba, en el centro del yo había una fuente, que allí identificábamos con Cristo. La fuente ahora se desborda e inunda toda la persona. Esta misma fuente la veremos en sextas moradas (5,3) convertida en mar, donde apenas consigue bogar la navecica del alma por la impetuosidad de las olas, que más adelante se convertirán en un abismo donde quedará totalmente sumergida (7M 2,8).
No es necesario decir que en ese centro donde surge ahora el manantial ha situado Teresa a Cristo (7M 2,2). Cristo, pues, es la fuente que inunda todo el ser.
Cristo es el agua de la oración de quietud, y de la que brota incontenible en el sueño de las potencias (V 16,1, cf. 4M 3,11). Crece el pozo de la Samaritana, que se hará una fuente que llega hasta niveles de vida eterna, crece el seno del cristiano inundado por los torrentes de Cristo. Quizás esto es lo que se quería decir en el libro de los Números 21,14, en el famoso canto del pozo: “Entonces Israel entonó este Cántico: ¡desborda, pozo! Cantadle
La posible alusión a la Samaritana o a las fiestas de las Tiendas sitúa el pasaje en profundo contexto de seguimiento joánico, con la invitación concreta a saciar la sed que agosta el corazón humano. Así el Rey-Pastor, como el del salmo 23, ha conducido su rebaño a las fuentes tranquilas, que son él mismo, ha llevado a sestear y abrevar a sus ovejas a sí mismo.     
Pero otra experiencia de esta morada nos hará descubrir que el Rey y el Pastor se convierten en el Esposo del alma. Así ella, al igual que Juan, siembra de títulos cristológicos sus relatos, presentando la figura de Jesús desde perspectivas atrayentes, bíblicas, y sugeridoras de saciar las ansias del corazón. He aquí la referencia:
Entiende una fragancia –digamos ahora- como si en aquel hondón interior estuviese un brasero adonde se echasen olorosos perfumes. (4M 2,6). Son los perfumes del novio del Cantar: ¡Qué suave el olor de tus perfumes/ Tu nombre, aroma penetrant” (Ct 1,3). También estos perfumes se sentirán con más intensidad en sextas moradas.
Las cuartas moradas en su doble modalidad manifiestan la gracia del seguimiento en forma pasiva, que no se suele tener en cuenta de manera expresa cuando se habla de las llamadas evangélicas¸ en la que ciertamente se tiene presente que la iniciativa parte del Señor, pero enseguida se recalca la respuesta activa que debe dársele. Aquí la llamada y la respuesta son de él. Con toda propiedad podríamos considerar ya este estadio teresiano como mística vocacional.
5.  Quinta Morada: “Matando muerte, en vida la has trocado”. La oración de unión
La experiencia de unión consiste desde el punto de vista psicológico en que Dios ya no sólo se hace presente en el entendimiento (recogimiento), ni sólo en la voluntad (oración de quietud), sino que llega a la fantasía y absorbe también las otras dos facultades (5M 1,4). Entendimiento, voluntad e imaginación quedan presas en Dios. El hombre queda profundamente centrado en lo divino. En fin, con frase de Teresa, es como quien ha muerto al mundo para vivir más en Dios (5M 1,4).
La Santa describe esta oración como una mirada de Dios sobre el alma, pero una mirada fija, arrebatadora, penetrante, que ya nunca se puede olvidar, de ensueño divino: Fija Dios a sí mismo en el interior de aquel alma, -afirma- (5M 1,9). El Señor ha terminado de absorber al seguidor en sí mismo y, como también veremos, en los hermanos. Teresa introduce aquí el precepto del amor al hermano como un elemento constituyente de este estadio y discernidor a la vez. De tal modo esto es así que el precepto del amor al prójimo, llevado a cabo, introduce a la persona en las moradas quintas; no hace falta ninguna otra experiencia.
Que esta mirada de Dios sea la de Cristo se evidencia, porque aludirá a ella en las sextas moradas y allí la identifica con la del Señor. Así el Señor recoge todas las potencias del hombre en él. Es una mirada que enamora:
Un arrancamiento del alma de todas las operaciones que puede tener estando en el cuerpo, deleitosa (5M 1,4).
Y todo esto está aconteciendo en lo profundo del ser, que ella denomina “la bodega del Cantar” (5M 1,13), “el cenáculo”, donde se hizo presente Cristo resucitado, cerradas las puertas (5M 1,13), o “el sepulcro del resucitado” (5M 1,13).  No sólo cristologiza la bodega, también lo hará con la misma experiencia de la morada ayudándose de la figura del gusano de seda y su proceso. Dice:
Comienza a labrar la seda y edificar la casa donde ha de morir. Esta casa querría dar a entender aquí, que es Cristo. En una parte me parece he leído u oído que nuestra vida está escondida en Cristo u en Dios –que todo es uno- o que nuestra vida es Cristo (5M 2,4). Y así Cristo mismo se convierte en nuestra morada: Que Su Majestad mismo sea nuestra ‘morada’ –añade- (5M 2,5).
El seguimiento de Jesús termina así en unidad con él; ya no se camina detrás, se va con él. Teresa ahora se para un momento a considerar los deseos de apostolado que están surgiendo de esta alma, y salta a los de Cristo así como a sus sufrimientos por las ofensas que se hacían a su Padre, que ella juzga que serían más atroces que los de su misma Pasión (5M 2,14). Aquí surge el verdadero apostolado del seguidor de Jesús.
La unión mística o regalada, como la llama también, tiene otra correlativa, que puede ser de mucho consuelo para aquellos que creen que en su vida no se ha dado la experiencia mística. Se trata de la unión de voluntad (5M 3,7) que, a juicio de Teresa, produce la misma densidad religiosa que la otra, y que es la que ofrece mayor seguridad (5M 3,3). Y aquí nuestra mente se dispara a la otra Teresa, a la de Lisieux. Según Teresa, en la unión de voluntad consiste la perfección evangélica (Mt 5,48), que es lo mismo que Jesús pidió al Padre para nosotros: que fuéramos uno con él y con el Padre (Jn 17, 22) [5M 3,7).
Hay aquí un recuerdo de la famosa petición del Padrenuestro y de la aceptación de la voluntad de Dios por parte de Jesús a lo largo de los evangelios, pero sobre todo en Getsemaní (5M 3,7).
Esta unión se resume para Teresa principalmente en el precepto del amor, en la doble línea de la primera Carta de Juan, deteniéndose largamente en su explicación. Podíamos concluir su pensamiento con estas palabras: Si entendieseis lo que nos importa esta virtud –la caridad fraterna-, no traeríais otro estudio (5M 3,10). Y curiosamente, nos recuerda aquí la oración sacerdotal en la que Jesús pide al Padre la unidad de los suyos (5M 3,7).
Finalmente, comienza a orientar el discurso por la imagen del matrimonio, de claro signo bíblico, sobre todo del Cantar: Ya tendréis oído muchas veces que se desposa Dios con las almas espiritualmente (5M 4,3).
En el estadio presente no tendrá lugar todavía lo que Teresa denomina desposorio (6M), ni matrimonio (7M); se trata del primer encuentro que produce el enamoramiento (5M 4,4); vengan a vistas (5M 4,4). Se trata de la preparación inmediata para el desposorio y este tiene como término de referencia a Jesucristo. La morada entera, pues, en todos sus extremos, se asienta en él. El seguimiento, que en esta morada tiene la forma de unión de voluntades, va a adquirir enseguida la unión en foma nupcial, que según las Escrituras es una de las más profundas, El seguimiento se convierte así en experiencias indecibles del otro. La meta de todo seguimiento, desde donde el discípulo, con Jesús y desde Jesús, convierte y atrae al mundo. El seguidor está tocando las raíces de la vida y las fuentes del apostolado. Ahí comienza de verdad a ser fecundo. Sólo desde aquí colabora a que todos sean uno con Jesús, como acabamos de ver que pide Teresa.

6. Sexta Morada: Con Cristo en Dios mediante su Pasión y su Pascua. El espacio más extenso vivido por Santa Teresa.
Las sextas moradas ocupan ellas solas tantas páginas como las restantes juntas. Esto deja entender la importancia que para Teresa tuvo este período de la vida espiritual.  En ellas aborda el tema del “desposorio místico” o “período iluminativo” que, a estas alturas de la reflexión, no hace falta señalar que tiene lugar con la persona de Jesús, el Cristo resucitado.
Tres capítulos -7, 8 y 9- están dedicados por entero a Cristo:
El capítulo séptimo es importantísimo; está en un parangón con el capítulo 22 del Libro de la Vida. Este capítulo aborda el sentido de la Humanidad de Cristo en la vida espiritual. Tema polémico entonces. Ella, apoyada en su experiencia, en textos de la Sagrada Escritura (Jn 14,6; 8,12; 14, 9) y en el testimonio de los santos (6M 7,6), adoptó una postura radical, separándose de las corrientes místicas que imperaban entonces.
Había una opinión que venía desde el Pseudo Dionisio, en el siglo V -cuyas obras tuvieron una amplia influencia en la escolástica europea medieval- según la cual se afirmaba que, para llegar a la mística había que prescindir de toda imaginación corpórea. Esto lo leyó Teresa en el “Tercer abecedario” de Francisco de Osuna y al principio no cayó en la cuenta pero, según pasó el tiempo, vio que contradecía su experiencia porque, si en nuestro progreso de ir hacia Dios en la oración, tenemos que evitar toda imagen para llegar al silencio interior, entonces no puede entrar Jesucristo como hombre; puede entrar como Dios pero no como hombre.
Teresa afirmará sin reservas que Jesucristo en su Humanidad y Divinidad es la fuente de la mística. Su presencia debe ocupar todos los espacios de la vida espiritual (6M 7,15). Esto quiere decir que no hay posibilidad de encuentro con Dios, si no es a través de Jesucristo. El capítulo séptimo de las sextas moradas pone de relieve que el ascenso místico se realiza teniendo presente a Jesús en todo el tramo espiritual. Es otra forma de seguimiento, como veremos.
En los capítulos ocho y nueve confirmará estos asertos haciendo ver cómo Jesucristo a través de apariciones intelectuales e imaginarias llena de luz y de vida el camino místico. Las apariciones de Jesucristo, tanto las intelectuales como las imaginarias, tienen como fin hacerle ver al discípulo la realidad del maestro para ver si quiere seguirle.
Estos tres capítulos son fundamentales en el libro de Moradas y  fijan la estructura crística de las sextas moradas.
A ellos habría que añadir el tercero, que se refiere a las hablas, que, junto con las visiones acompañarán su trayecto místico. Aquí en sextas moradas descubrirá que el que le hablaba casi siempre era Cristo (6M 8,2).  Estas palabras son entendidas “en el Espíritu de verdad”. (6M 3,16). El capítulo cuarto narra el desposorio que se realiza con Jesucristo. Los capítulos cinco y seis son derivaciones de la experiencia de desposorio que se expresa en percepciones altísimas de Dios y de la Santa misma, que ella va a denominar joyas del Amado. Los restantes capítulos como veremos quedan transidos de Cristo y tensionados hacia él. Cuando decimos Cristo se incluye siempre su Humanidad.
Dicho esto veamos cómo se desarrolla el proceso crístico a lo largo de estas sextas moradas. Se pone en movimiento porque el alma se siente herida por Cristo (6M 1,1). La herida es efecto de aquella mirada que la enamoró en las quintas; la tensión amorosa cobra aquí un nivel de vértigo por los requiebros, que desde el fondo del ser, donde le hemos contemplado tantas veces, envía el Esposo (6M 2,1).
Estos requiebros tan vivos, antes, silbos del Pastor, terminan por convertirse en hablas. Son dice Teresa unas hablas con el alma de muchas maneras (6M 3,1), alcanzan y penetran todas las zonas del yo, y traspasan el alma como luces incandescentes y amores de fuego. Baste decir que aquella fuente que veíamos en el fondo del yo, ahora se hace mar (6M 5,3).
El alma no resiste tantos ímpetus y cae en profundo arrobamiento. En medio de uno de ellos tiene lugar la alianza de desposorio (6M 4,2). La experiencia se deja sentir de muchas maneras. Una se refiere a las centellas que brotan de aquel centro de los perfumes, que hieren y abrasan en amores de Cristo, purificando y disponiendo para la unión.
Desde esta profunda experiencia cristológica extenderá su mirada a la historia de salvación (6M 4,6-7) que se va a consumar después en Jesucristo, y comprenderá lo de Moisés en la zarza y lo de la escala de Jacob.  Como ya dijimos, en los capítulos cinco y seis Teresa recibe experiencias muy intensas, que ella denominará joyas del Esposo (6M 5,11). Una de ellas constituye un gozo muy especial, que se deja sentir en todas las zonas del ser como si todas cantaran un cántico nuevo entre aromas y melodías extrañas  (6M 6,10). Es la experiencia de la persona de Jesús en la humana, a la que envuelve con su Espíritu.
A continuación Teresa explicita las visiones intelectuales en las que Cristo está junto a ella sin poderlo dudar; es una presencia que se impone, es más fuerte que ella, en ocasiones la percibirá por espacio de un año, sin interrupción (6M 8,3). En las imaginarias contemplará su figura, pero entre unos esplendores que no son de este mundo, es la luz del Cristo glorioso (6M 9.1ss).
En medio de estos resplandores el Señor la ascenderá a la Divinidad misma, donde verá todas las cosas en Dios y descubrirá la verdad (6M 10,2-3.6). Esa verdad le recordará la pregunta de Pilato a Jesús (Jn 18,38) y la invitará a andar en verdad (6M 10,7). Pero antes nos hará un resumen de sus visiones cristológicas:
De muchas maneras se comunica el Señor al alma con estas apariciones, algunas cuando está afligida, otras cuando le ha de venir algún trabajo, otras para regalarse Su Majestad con ella y regalarla (6M 10,1).
Habla también Teresa de una doble noche oscura. Casi todas sus observaciones serán recogidas por san Juan de la Cruz.
La primera, la del capítulo primero, se referirá a la oscuridad de Dios. Podemos resumirla en estas palabras:
Porque son muchas las penas, que la combaten con un apretamiento interior de manera tan sentible e intolerable que yo no sé a qué se puede comparar, sino a las que padecen en el infierno porque ningún contento se admite en esta tempestad (6M 1,9).
Es la comunión con la Pasión del Señor en vísperas de la Resurrección plena. También al seguidor se le da a gustar las angustias de Cristo. 
La otra noche le presenta un Dios inalcanzable. Siente deseos indescriptibles, pero no puede llegar a él, una soledad extraña (6M 11,5). Escribe angustiada:
Abrasada con esta sed y no puede llegar al agua y no sed que pueda sufrir, sino ya en tal término que con ninguna se le quitará, ni quiere que se le quite, sin no es con la que dijo nuestro Señor a la Samaritana y eso no se lo dan (6M 11,5).
Las sextas moradas tan llenas de luz y de noches, dejan al alma sedienta de Cristo. Él está al lado de estas almas que se han atrevido a aceptar el cáliz del Señor [6M 11,12]. Se le hace ver en esta noche el misterio de Dios y de Cristo, que sólo es alcanzable desde la gracia.
Las sextas moradas es la penúltima etapa de seguimiento. Nos retrotrae de alguna manera a las experiencias pascuales de los discípulos, con experiencias también de su Pasión. En estas moradas todo sabe a Cristo.
7.  Séptima Morada: Con la humanidad de Cristo en la vida trinitaria. Matrimonio   místico o la alianza nueva con el Señor
Y llegamos a las cumbres; al don del matrimonio, al que preceden algunas gracias singulares. Recordamos entre ellas, que el alma alcanza el centro del yo (7M 1,3), la morada central, donde reside el Rey y, cayéndosele las escamas de los ojos, como a Pablo, contempla el misterio de la Santísima Trinidad (7M 1,3). Es como si las otras personas quisieran intervenir también en la realización de estas nupcias cristológicas. En las séptimas moradas el seguimiento alcanza su meta. La persona se transforma en Cristo o se une a el plenamente; según otra terminología alcanza “el matrimonio místico”. En esta experiencia gusta el misterio trinitario. Entra en otra esfera, Hasta aquí le ha conducido la persona de Jesús.
La gracia del matrimonio no es algo que acaezca sólo una vez. La primera se realiza por visión imaginaria, después ya siempre tendrá lugar mediante la intelectual (7M 2,3). La primera vez sucedió dentro de la celebración de la Eucaristía (7M 2,1); y se le representó el Señor Después de comulgar con forma de gran resplandor, hermosura y majestad, como después de resucitado (7M 2,1). Mística, liturgia y pascua. Mística, pues, esencialmente cristiana. Desde aquí se evidencia la distancia en que se sitúa la mística teresiana de la mística general.
Sus escritos llamados Cuentas de conciencia que son como un diario que ella hizo para sí misma y para entregar a sus confesores, pensando que eso no se iba a publicar. Ahí se la ve con mucha libertad y “desparpajo” para contar lo que le está pasando. Son escritos preciosos, donde encontramos una exposición muy grande de la experiencia trinitaria, en la cual tiene lugar este encuentro con Cristo que tiene su culmen en la Eucaristía el 28 de Noviembre de 1572 en la Encarnación de Avila, celebrando la misa San Juan de la Cruz, quien siempre está presente en los momentos cumbres de santa Teresa. No sucedió estando retirada, rezando algo particular… sino que fue precisamente en la eucaristía donde llegó a lo más alto, que es lo que se llama “transformación en Dios o matrimonio espiritual”  Entonces tuvo lugar la aparición de tipo pascual. Y allí en el centro del alma el Señor pronuncia las palabras de la alianza:
Entonces representóseme por visión imaginaria, como otras veces, muy en lo interior, y dióme su mano derecha, y díjome: «Mira este clavo, que es señal que serás mi esposa desde hoy. Hasta ahora no lo habías merecido; de aquí adelante, no sólo como Criador y como Rey y tu Dios mirarás mi honra, sino como verdadera esposa mía: mi honra es ya tuya y la tuya mía». (CC 35)
Para expresar la unión con Jesucristo y a través de ésta la unión  resultante con el Padre, así como la paz profunda que de ahí se produce, Teresa acude a algunos textos evangélico-cristológicos de gran densidad.[12] Estos elementos nos hacen ver una vez más que la mística teresiana es una mística bíblica, del seguimiento y eclesial. De ahí que no puede identificársela con el concepto de mística universal, Es el término normal de un seguimiento radical.
Santa Teresa sintió que se cambiaba por dentro. Las comparaciones de las que a continuación se servirá para expresar el resultado de este acontecimiento expresan que la unión entre ella y Cristo es total (7M 2,6).
Aunque en séptimas moradas se habla de la experiencia trinitaria, no constituye ésta el centro del discurso, que lo ocupará la gracia del “matrimonio espiritual” (7M 2,1), con la que hemos alcanzado la transformación en Cristo. Ésta debe ser comprendida teniendo en cuenta las experiencias trinitarias anteriores y subsiguientes al matrimonio.
Obviamente, de la transformación en Cristo se deriva para Teresa la participación en sus sentimientos (7M 3,2-6). Entre ellos conviene destacar la ternura hacia el enemigo, y el orientar toda la existencia en ayudar al Crucificado. (7M 3,4). Ya no tiene otros deseos. Hasta ahora para Teresa sú único deseo era Dios, verle, estar con él… “Vivo sin vivir en mí y tan alta vida espero que muero porque no muero”. Pero se dio cuenta de que eso era imperfecto. Ahora su voluntad está plenamente identíficada con la de Dios. Es que la mariposilla que hemos dicho muere, y con grandísimo gozo, porque su vida es ya Cristo (6M 3,1), afirmará Teresa, quien dedica unos cuantos números (7M 3,7-15) a describir la paz cristológica del alma.
Se dan momentos de cruz, que pasan presto·como un ola, algunas tempestades, y torna bonanza, que la presencia que traen del Señor les hace que luego se les olvide todo. (7M 3,15). A pesar de tantas gracias, andan muchas veces que no osan alzar los ojos, como el publicano. (Lc 18.13)
Alguien pudiera preguntarse el porqué de tantas gracias a determinadas personas. A Teresa no se le ocurre otra respuesta que la de predisponerles para poder imitar a Jesús en su Pasión. Dice:
Y así tengo yo por cierto que son estas mercedes para fortalecer nuestra flaqueza y poderle imitar en el mucho padecer (7M 4.4).
E invita al seguidor a ir por el camino que el Señor fue, y también fueron sus santos (7M 4,12). Y a continuación pone como modelo de cristianismo a Marta y María (7M 4,14-15), dos seguidoras cualificadas de Jesús. Las gracias están orientadas a que el seguimiento sea pleno. Contemplación y acción, las dos cosas forman una unidad tan grande que se pueden mirar por una parte o por otra…  “Contemplación en la acción, acción en la contemplación”; Teresa une las dos cosas.
Y casi al final del último capítulo estampa su autora aquel grito: Poned los ojos en el Crucificado (7M 4,9), palabras, que indudablemente hacen inclusión con aquellas de la primera morada que remiten a Hebreos, 12-2: Fijos los ojos en Cristo (1M 2,11).
Este final de Moradas nos hace ver que el discurso teresiano se dirigía a describirnos el proceso de inmersión en Dios, que ella entiende como un camino de seguimiento calcado de los evangelios. En Moradas se explican los procesos normales que acontecen en el servidor que es radical en el seguimiento del Señor. La experiencia mística teresiana como hemos visto, está empapada de Biblia. Al relatarla, Teresa lo ha hecho por instinto cristiano al estilo de la teología evangélica.
Muchas gracias





[1]  En  1M 2,5 habla también de la fuente “donde está plantado este árbol de nuestras almas y de este sol”.
[2] Aquí se ha perdido la imagen del castillo.
[3] Cf. no obstante 1M 2,5. Este texto habla de la virtud de la humildad. En ningún caso puede referirse la Santa a él en el pasaje citado.
[4] Teresa compara sus obras: Vida y Moradas a dos joyas. Aunque cree que Moradas es superior a Vida. Carta 212, 10; 6ª edic. de BAC. A Gaspar de Salazar {Granada] 7 de diciembre de 1577).
[5] Gn 3,22; Sal 1,3; Ap 2,7; 22, 1-2) En 1M 2,2 identifica el árbol con el del Salmo 1,3.
[6] Socratismo esencialmente cristológico. Conócete a ti mismo desde Cristo o, mejor, en Cristo.
[7] No se trata de voces místicas, sino que son las voces de los compañeros, del predicador, de la Iglesia… voces de la comunidad, que se distinguen como llamadas por las cuales Dios nos está avisando.
[8] Los capítulos segundo y tercero están un tanto entremezclados. Por eso los estudiaremos juntos comenzando por la primera parte del tercero. Teresa describe primero la oración de quietud (cap 2), pero al comenzar el tercero dirá que antes de la quietud se da una oración que se denomina recogimiento (3,1-8). La describe y continúa después con los efectos de la oración de quietud (3,9ss), de la que habló en el capítulo 2.
[9] (V 12.2-3; CE 47,1; cf 48,3).

[10] S. Castro Sánchez, Evangelio de Juan. Comentarios a la nueva Biblia de Jerusalén. Desclée  2008.  Evangelio de Juan. Comprensión exegético-existencial. Desclée, 32005
[11] “Y escucharán mi voz: y habrá un solo rebaño, un solo pastor” (Jn 10,16)
[12] Lc 7,50; Jn 17,20-21.23; 20, 19-21.