Aula de teología / Universidad de Cantabria
17 de Marzo
de 2015
1. PRESENTACIÓN DEL TEMA
Al venir hablar de Teresa de Jesús a este foro,
vengo a hablar, no de una gran mujer de la historia y literatura de España, que
lo es; ni siquiera de una Santa de la Iglesia Universal, que también lo es, sin
duda; vengo a hablar de mi Maestra, de mi amiga, de mi Madre, de una mujer que
se cruzó en mi camino y me ha enseñado a ser mujer y cristiana, que me ha
acogido en su casa y me ha puesto en las manos su obra, que no es otra cosa que
la respuesta a Dios por haberla hecho mujer y haberle enseñado a entender su
valía unida a Él.
Teresa de Jesús es una figura con mil facetas y un
solo mensaje. Es una figura poliédrica y todas sus caras pueden resultar
fascinantes: la mujer, la fundadora, la mística, la comunicadora, la doctora de
la Iglesia, la escritora. En sí mismas todas apasionantes, aunque parciales.
Pues todas ellas convergen y se explican desde el mensaje central, substancial
de Teresa. Si al hablar de Teresa, olvidamos este mensaje, perdemos la Teresa
más auténtica, más verdadera; la que le
dio su razón de existir y la que ella, sin duda, quiso que transcendiera.
El mensaje de Teresa mujer y de Teresa cristiana es
muy simple: Dios te está solicitando continuamente, -a ti, a mí, a cada uno de
nosotros- te está pidiendo amistad, está mendigando tu afecto, tu persona. Si
te vuelves a Él y le abres la puerta, se transformará tu vida hasta conseguir
tu mejor versión, tu plenitud. No perdamos nunca de vista este testamento de
Teresa, porque todo en ella se explica desde él y lo que no converge en él, no
tiene valor, por bueno que sea.
Teresa de Jesús, la que ha llegado hasta nosotros,
no se explica sin su amistad, su compenetración con el Dios que la conquistó
para Sí y la hizo grande, la engrandeció con sus dones para darla como don a
todos.
Teresa, la gran Teresa, se experimentó a sí misma
como una mujer frágil a la que Dios fortaleció y le dio luz de discernimiento,
valor y fuerza. Quiero contaros el camino de la mujer de barro, el lado oscuro
de Teresa. Ese que ella quería contar y los censores le hacían quitar. Teresa
quiso que en su historia reconociéramos no la gran mujer, sino al Dios delas
misericordias que tanto la esperó, que le pago sus infidelidades con grandes
regalos. Mucho se tuvo que empeñar Dios y muy desgastada tuvo que verse Teresa
para comprender que Dios le había regalado el ser mujer y la necesitaba para
Sí. Creo que esta frase de la Santa puede alumbrar el camino que pretendemos:
…una merced es dar el Señor la merced, y otra es entender qué
merced es y qué gracia, otra es saber decirla y dar a entender cómo es. Y
aunque no parece es menester más de la primera, para no andar el alma confusa y
medrosa e ir con más ánimo por el camino del Señor llevando debajo de los pies
todas las cosas del mundo, es gran provecho entenderlo y merced; que por cada
una es razón alabe mucho al Señor quien la tiene y quien no, porque la dio su
Majestad a alguno de los que viven para que nos aprovechase a nosotros[1]
Pues la primera merced o favor que
Dios le da a Teresa, como a cada uno de nosotros es la vida. Y esta vida se nos
da como varón o como mujer. Con este ingrediente va a tomar un sabor u otro la
vida. Pero en cualquier caso, no hay que olvidar que es un don, un regalo de
Dios. Y a Teresa, como a mí, como a muchas de aquí, nos regaló el ser mujer.
Huelga decir que, como regalo de Dios, solo puede ser bueno. Dios regaló a
Teresa la gracia de ser mujer y, con su amor y ayuda, llevarla a plenitud.
Pero en tiempos de Teresa era
difícil concebir el nacer mujer como una gracia. La sociedad, pensada y
gobernada por varones, había hecho de ello casi una desgracia. Teresa también
percibe así en algún momento su realidad de mujer. Y en su proceso vital y
espiritual irá comprendiendo que esto no es de Dios sino de hombres, que de
Dios no podemos recibir más que bienes y son los hombres los que pervierten su
valor.
2. El s. XVI español. Un siglo de oro
Teresa nace el 28 de marzo de 1515 y muere el jueves 4
de octubre de 1582. Ese día justo era el último del calendario juliano y le
sucedía el viernes 15 de octubre del calendario gregoriano. Sus 67 años de
existencia transcurren, por tanto, en pleno S XVI.
2.1.
El entramado social
El hispanista Bartolomé Bennassar
en su libro “La España del Siglo de Oro” nos
pinta la sociedad española de este siglo, llamado de oro como la sociedad de
las desigualdades. Según Bennassar: “En la historia del mundo pocas sociedades han acumulado tantas
desigualdades en unos espacios tan restringidos como la España del Siglo de
Oro. Su paisaje social presenta una diversidad prodigiosa. A decir verdad, la
desigualdad está en todas las partes.”[2]
Algunas de estas desigualdades
son:
Desigualdad en las fortunas:
mientras algunos pocos grandes de España disfrutan de grandes fortunas, un
trabajador manual apenas alcanza para comer diariamente.
La desigualdad de los status, la de la condición social. No
solo referida a la organización estamental, sino más bien a la brutal diferencia
dentro de los estamentos, especialmente el de la nobleza.
La de los conversos o la
diferencia que proviene de la limpieza de sangre, de una historia familiar
limpia de sangre judía o mora. En el siglo XVI crece la exigencia de este
requisito para la integración o exclusión social.
La desigualdad de las sociedades de las Españas
periféricas y la de las mesetas castellanas centrales.
2.2. El papel de la Iglesia
La Iglesia hay que considerarla
como un poder social importante: asociada a la nobleza, propietaria de una gran
parte del suelo, destinataria de recaudaciones (rentas, diezmos). Pero tampoco
se escapa de grandes desigualdades en su seno: desde el alto clero adinerado y
poderoso al bajo clero empobrecido y cada día más numeroso. Esto, en cuanto al
clero secular, en cuanto al regular las cosas corren parejas: hay monasterios
que acumulan rentas y riquezas y otros pasan gran necesidad.
Es habitual que los segundones de una nobleza que va
descapitalizándose acabe, sin más vocación que la de remediarse, en los
conventos acomodados. Es también el caso de las doncellas que no pueden aspirar
a un buen casamiento, por falta de dote o de linaje.
2.2.1. La
Inquisición
La Inquisición -o Santo Oficio-
había sido creado para luchar contra la herejía de los judaizantes, también de
los descendientes de los moros, aunque en menor medida. Poco a poco y en su
celo por la pureza de la fe había ido ensanchando su sombra contra luteranos,
erasmistas, iluminados y cualquier otra doctrina o práctica que pudiera ser susceptible
de considerarse contraria o peligrosa para la fe católica.
La Inquisición es no solo un órgano de intolerancia y
represión sino lo que hoy podríamos llamar una institución terrorista y, no
tanto por la crueldad de sus métodos de castigo sino por su desarrollo
burocrático, policial y judicial; porque con su metodología de la sospecha, sus
procesos ocultos, la indefensión de los acusado y el edicto que obligaba a todo
el mundo a denunciar los delitos contra la fe de los que se tuviera
conocimiento, inoculaba el terror a ser denunciado, por causas ajenas a la fe,
tales como las enemistades y hacía a todos vivir en la inseguridad y sospecha
con sus vecinos.
2.2.2. Una
Iglesia en búsqueda. Una Iglesia de santos
Como contrapunto a esta Iglesia
tan oscura, aliada al poder económico y social, corrompida, y represora
ideológica desde la Inquisición, anda el Espíritu despertando al conocimiento
de Dios y al seguimiento evangélico. Se produce un cambio de orientación en la
enseñanza de la teología en las universidades y la aparición de figuras señeras
que acabaremos viendo convertidos en santos, aunque en vida les costará estar,
como sospechosos de desviación doctrinal, en el ojo de mira del Santo Oficio.
Bajo el impulso del cardenal
Cisneros y el ejemplo de Alcalá de Henares, floreció por España una siembra de
facultades de Teología. Y esta experimentó un auténtico renacimiento: de un
estéril discurso retórico en el que había caído a una búsqueda de conocimiento
de Dios desde nuevos planteamientos antropológicos y epistemológicos. Contarán
además con instrumentos tan valiosos como la Biblia poliglota (hebreo, griego y
latín). La teología española acabará exportando a toda Europa la teología positiva, cuyo padre fue
Melchor Cano.[3]
Paralelo a esta búsqueda científica
o teológica encontramos un número nada despreciable de figuras que se lanzan al
conocimiento de Dios por el encuentro apasionado con Él en la oración mental o
afectiva, en la entrega a los hermanos más desfavorecidos, en la penitencia y
el despojo. Algunos de estos son tan conocidos y queridos para nosotros como:
Ignacio de Loyola, Francisco Javier, Francisco de Borja, Pedro de Alcántara,
Juan de la Cruz, Juan de Dios, Tomás de Villanueva, Juan de Ribera, Juan de
Ávila, Toribio de Mogrovejo, Entre los cuales, algunos ocuparon sedes
episcopales y destacaron como pastores insignes. Se une a este grupo de santos,
Teresa de Jesús.
2.3. La
situación de la mujer
Entre los muchos desdichados del
Siglo de Oro, sin duda hay que contar a las mujeres, por el mero hecho de
serlo. Las mujeres son seres sin entidad propia: sin acceso a la cultura, sin
derecho a decidir sobre su propia vida.
Las mujeres solo pueden aspirar a
dos salidas dignas en la vida: el matrimonio o el convento. La soltería no se
contempla, porque es mal vista.
Hubo algunas mujeres
independientes y poderosas, pero eran una excepción. A algunas de ellas las
vemos creando beaterios, auténticas sociedades femeninas y defensoras de la
mujer que trasgredían el orden establecido. Fueron por ello víctimas de la
vigilancia inquisitorial. La mujer tenía que estar sometida, o a la regla del
monasterio o a la vigilancia y tutela del marido.
Ya el mero hecho de nacer mujer
era la mayoría de las veces un disgusto para la familia. Una hija suponía tener
que proveerla de una buena dote. Sin dote quedaba condenada a no casarse.
Entonces la salida era ingresar en un convento para lo cual se necesitaba una
dote menor. Por ello en los conventos encontramos junto a mujeres con verdadera
vocación, doncellas, niñas, viudas encerradas por remediarse, incluso casadas
en ausencia de los maridos.
Los matrimonios los concertaban
las familias, a veces desde la infancia. No se pedía mucho más que un
sentimiento de aceptación y voluntad de convivir. El amarse no era ni la causa
ni el fin. El fin del matrimonio era la descendencia.
La mujer, según la ideología
religiosa y social, prácticamente identificadas, tiene que quedar, por
decencia, relegada al mundo privado, a sus labores domésticas (la crianza de
los hijos y complacer al esposo). Las virtudes que deben adornarla son: la
pureza, el recato, la honestidad, la discreción, humildad y obediencia. Una
mujer culta, con criterio propio no es un ideal, sino un peligro.
La única formación, por tanto, que
recibe la mujer es la necesaria para ser una mujer decente y defender con su
vida la honra y honor de la familia. Es por ello que en una sociedad
mayoritariamente analfabeta (se calcula un 80% de analfabetismo), el colectivo
femenino podía superar el 90%. Cifra que se vería superada si contamos las que
no sabían escribir, o no podían hacerlo más allá de la firma.
Cabe destacar que frente a esta
cota de analfabetismo, hubo grupos privilegiados de mujeres que desde el
reinado de Isabel la Católica, y el movimiento cisneriano destacaron por su
cultura. Son las humanistas, cercanas a la corte, que han tenido de manera
excepcional acceso al latín, lengua de muchos de los libros del momento.
Algunas de ellas escribieron y llegaron a alcanzar gran prestigio, incluso a
sentar cátedra en Alcalá o Salamanca. Destacan: Beatriz Galindo, Juana de
Contreras, Francisca de Nebrija, Luisa de Medrano, Luisa Sigea, Cristobalina
Fernández de Alarcón... y así podríamos encontrar hasta una treintena a las que
Quevedo denominó despectivamente “hembrilatinas”
Pero, salvando estas excepciones,
incluso en las clases más favorecidas, las mujeres eran un grupo indefenso, a
merced del capricho y humor de los varones que podían ejercer sobre ellas
fácilmente el dominio y el abuso. ¡Cuánto más en los grupos más desfavorecidos!
(servicio, campesinas, artesanas…)
La discriminación de la mujer era
no solo estructural sino, lo que resulta más grotesco hoy para nuestra
sensibilidad, sostenido ideológicamente, incluso por algunos grandes pensadores
que defendían que las mujeres eran mentalmente discapacitadas, por tanto, no
servían para la instrucción intelectual. Y, por no quedar ahí, eran además
moralmente perversas. Veamos algunas de las
frases que nos ha dejado la literatura de aquel tiempo:
“Puesto que la mujer es un ser débil, con un juicio inseguro
y proclive a ser engañada (algo que puso de manifiesto Eva, madre de los
hombres, a la que embaucó el diablo con un argumento frívolo), no conviene que
ella enseñe, no sea que, después de aceptar una falsa opinión sobre un tema, la
transmita a los oyentes con la autoridad propia del docente y arrastre también
a los demás fácilmente a su propio error, porque los discípulos los aceptan de
buen grado las enseñanzas del maestro» (Vives, La formación de
la mujer cristiana, libro primero, cap. IV).
“Pero en una mujer nadie busca ni la elocuencia, ni el
ingenio, ni la prudencia, ni las artes de la vida, ni saber administrar el
Estado, ni la justicia, ni la benignidad; nadie, a la postre, busca otra cosa
que no sea la virginidad» (Vives, La formación de la mujer cristiana,
libro primero, cap. VI).
«No es adecuado que
una mujer esté al frente de una escuela, ni que trabaje entre hombres o hable
con ellos, ni que vaya debilitando en público su modestia y su pudor […], pero
si se encuentra en alguna reunión, con los ojos bajos guardará recatadamente
silencio, de manera que la vean algunos pero sin que nadie la
oiga» (Vives, La formación de la mujer cristiana, libro
primero, cap. IV).
«Es justo que se precien de callar todas, así aquellas a quien
les conviene encubrir su poco saber, como aquellas que pueden sin vergüenza
descubrir lo que saben; porque en todas es, no solo condición agradable, sino
virtud debida el silencio y el hablar poco. […]. Porque, así como la
naturaleza, como dijimos y diremos, hizo a las mujeres, para que, encerradas
guardasen la casa, así las obligó a que cerrasen la boca. […] Porque el hablar
nace del entender, y las palabras no son sino como imágenes o señales de lo que
el ánimo concibe en sí mismo» (León, La perfecta casada, capítulo
XVI).
“Desque
vieres a tu mujer andar muchas estaciones y darse a devoterías y que presume de
santa, ciérrale la puerta; y si esto no bastare, quiébrale la pierna si es
moza, que coja podrá ir al paraíso desde su casa sin andar buscando santidades
sospechosas. Bástele a la mujer oír un sermón y hacer si más quiere, que le
lean un libro mientras hila, y asentarse so la mano de su marido”. Francisco de
Osuna.
3. TERESA: HISTORIA DE UNA LIBERACIÓN
Teresa nace en la Castilla del
Siglo de Oro en un ambiente privilegiado y protegido, como iremos viendo.
Pretendo que de aquí en adelante sea ella misma quien nos vaya contando su
vida, la formación de su conciencia de mujer, de amiga de Cristo y, por tanto,
de ser libre y valioso.
3.1.
Una infancia feliz
El hogar de D. Alonso de Cepeda y
Beatriz de Ahumada disfruta de una posición económica holgada, donde no falta
lo necesario. Fortuna amasada en el comercio. Teresa es la tercera hija de este
matrimonio, el segundo para su padre.
D. Alonso aporta al matrimonio dos
hijos de su primera esposa y una economía saneada. Él es quince años mayor que
Beatriz, que apenas alcanza los quince de edad. Ella además de su juventud trae
al matrimonio posesiones en tierras de Ávila. Entre ellas, la casa de Gotarrendura,
a tres leguas al norte de la ciudad. En ella la familia pasará temporadas de
descanso en una ambiente de campo, apartados del bullicio y las miradas de la
ciudad.
El hogar de D. Alonso y Dña.
Beatriz crece rápido. En breve, detrás de Teresa, hay otros siete: diez en
total.
En la casa reciben instrucción,
tanto las niñas como los niños. Los padres de Teresa son los dos muy lectores y
lo inculcan a sus hijos. Teresa se aficionó de niña a la lectura y nos dirá más
adelante: “si
no tenía libro, nuevo no me parece tenía contento”[4]
Teresa podemos afirmar gozó de una
infancia feliz, en la que creció sana psicológica y físicamente. Esta es su
visión de aquellos años:
El tener padres virtuosos y temerosos de Dios me bastara… Era
mi padre aficionado a leer buenos libros y así los tenía de romance para que
leyesen sus hijos estos, con el cuidado que mi madre tenía de hacernos rezar.
Ayudábame no ver en mis padres favor sino para la virtud.
Tenían muchas.
Era mi padre hombre de mucha caridad con los pobres y piedad
con los enfermos, y aun con los criados; tanta, que jamás se pudo acabar con él
tuviese esclavos, porque los había gran piedad; y estando una vez en casa una
de un su hermano, la regalaba como a sus hijos. Decía que, de que no era libre,
no lo podía sufrir de piedad. Era de gran verdad. Jamás nadie le vio jurar ni
murmurar. Muy honesto en gran manera.
Mi madre también tenía muchas virtudes y pasó la vida con
grandes enfermedades; grandísima honestidad. Con ser de harta hermosura, jamás
se entendió que diese ocasión a que ella hacía caso de ella; porque, con morir
de treinta y tres años, ya su traje era como de persona de mucha edad. Muy
apacible y de harto entendimiento. Fueron grandes los trabajos que pasaron el
tiempo que vivió. Murió muy cristianamente.
Éramos tres hermanas y nueve hermanos. Todos parecieron a sus
padres, por la bondad de Dios, en ser virtuosos, si no fui yo, aunque era la
más querida de mi padre…
…pues mis hermanos ninguna cosa me desayudaban a servir a
Dios.
Tenía uno casi de mi edad, juntábamonos entrambos a leer
vidas de santos, que era el que yo más quería, aunque a todos tenía gran amor y
ellos a mí.[5]
Nos describe una situación idílica: todo bueno y
positivo. Ella quiere y se siente querida de todos. Hay paz y armonía, cultura
y desahogo económico.
3.2. Una juventud desorientada
Esta paz se va a truncar con la
muerte de Dña. Beatriz. Quizás no tanto en el entorno como en el interior de
Teresa. Hasta ahora ha crecido como una niña: juegos, lecturas, devociones…
pero la muerte de su madre, cuando cuenta ella con catorce años, acelera
probablemente el proceso de convertirse en mujer, de asumir los roles que se le
asignan como mujer.
No atraída por ellos, recato,
discreción, sumisión… se deja llevar por otros valores más ligeros que pueden
comprometer su honra: se hace consciente de sus gracias de naturaleza y
encuentra con quien coquetear. Se abre al mundo de los amoríos y galanterías y
juguetea con ellos.
Comencé a entender las
gracias de naturaleza que el Señor me había dado, que según decían eran muchas.[6]
Comencé a traer galas y
a desear contentar en parecer bien, con mucho cuidado de manos y cabello, y
olores y todas las vanidades que en esto podía tener, que eran hartas, por ser
muy curiosa. No tenía mala intención, porque no quisiera yo que nadie ofendiera
a Dios por mí. Duróme mucha curiosidad de limpieza demasiada, y cosas que me
parecía a mí no eran ningún pecado, muchos años. Ahora, veo cuán malo debía ser.[7]
En contraste con lo virtuoso de su madre, que sí cumplía con el ideal de la
época: Con ser de harta hermosura, jamás se entendió que diese ocasión a que
ella hacía caso de ella, porque con morir de treinta y tres años, ya su traje
era como de persona de mucha edad.
Pero Teresa no va más allá en los
juegos porque en el hogar de los Cepeda, aun cuando ella no haya sido
consciente, se han transmitido e inoculado bien los valores de la época, de
modo especial el de la honra y la virtud y los buenos modos. No hay que olvidar
que viven ocultando un pasado judeoconverso, disfrazado de hidalguía con un
título comprado.
¡Así tuviera fortaleza en no ir contra la honra de Dios, como
me la daba mi natural para no perder en lo que me parecía a mí está la honra
del mundo! ¡Y no miraba que la perdía por otras muchas vías!
En querer esta vanamente tenía extremo. Los medios que eran
menester para guardarla, no ponía ninguno. Solo para no perderme del todo tenía
gran miramiento[8].
Y, pues nunca era inclinada a mucho mal (porque cosas
deshonestas naturalmente las aborrecía), sino a pasatiempos de buena
conversación, mas puesta en la ocasión, estaba en la mano el peligro, y ponía
en él a mi padre y hermanos. De los cuales me libró Dios, de manera que se
parece bien procuraba contra mi voluntad que del todo no me perdiese; aunque no
pudo ser tan secreto, que no hubiese harta quiebra de mi honra y sospecha en mi
padre[9].
En fin, las cosas así, D. Alonso toma una decisión
muy al estilo de la época: encerrarla en el convento de las agustinas de
Gracia. Y procurar tapar todo con disimulación:
Porque no me parece había tres meses que andaba en estas
vanidades, cuando me llevaron a un monasterio que había en este lugar, adonde
se criaban personas semejantes, aunque no tan ruines en costumbres como yo. y
esto con tan gran disimulación, que sola yo y algún deudo lo supo, porque
aguardaron a coyuntura que no pareciese novedad; porque, haberse mi hermana
casado y quedar sola sin madre no era bien[10]
Era tan demasiado el amor que mi padre me tenía y la mucha
disimulación mía, que no había creer tanto mal de mí, y así no quedó en
desgracia conmigo. Como fue breve el tiempo, aunque se entendiese algo, no
debía ser dicho con certinidad; porque como yo temía tanto la honra, todas mis
diligencias eran en que fuese secreto, y no miraba que no podía serlo a quien
todo lo ve[11]
El monasterio de Gracia le devuelve a Teresa la
salud espiritual, pero nos revela una Teresa llena de temores. Se teme a sí
misma, se ve capaz de caer en malas costumbres por malas compañías, igual que
de adquirir buenas en buena compañía.
Es como si por sí misma no tuviera fuerza para
orientarse y mantenerse en su decisión. Andado el tiempo, le dirá en carta a
María de S. José:
Bien veo que no es
perfección en mí, esto que tengo de ser agradecida, debe ser natural, porque
con una sardina que me den me sobornarán. (Ávila 1578)
Teresa es consciente de que vive un poco a merced de
quien se arrime. En las Agustinas ha encontrado buen ambiente y una monja que
admira y con la que se siente bien y entra en sintonía con ella.
3.2.1. Una
identidad que se resiste
Teresa se nos va revelando
voluble, influenciable, frágil y temerosa. El tiempo pasa y es normal que se
vaya planteando cuál será el futuro de Teresa. El hecho de estar ya en las
Agustinas pudiera ser la antesala de un monasterio, pero ella no es amiga de
ser monja. Tampoco mira con buenos ojos el matrimonio. Esta realidad tiene que
ejercer una presión sobre ella. Probablemente causa de la enfermedad.
Y, puesto que yo estaba entonces ya enemiguísima de ser
monja, holgábame de ver tan buenas monjas, que lo eran mucho las de aquella
casa, y de gran honestidad y religión y recatamiento[12]
Comenzó esta buena compañía a desterrar las costumbres que
había hecho la mala, y a tornar a poner en mi pensamiento deseos de las cosas
eternas, y a quitar algo la gran enemistad que tenía con ser monja, que se me
había puesto grandísima… Estuve año y medio en este monasterio harto mejorada.
Comencé a rezar muchas oraciones vocales, y a procurar con todas me
encomendasen a Dios que me diese el estado en que le había de servir. Mas
todavía deseaba no fuese monja, que este no fuese Dios servido de dármele,
aunque también temía el casarme.[13]
A cabo de este tiempo que estuve aquí, ya tenía más amistad
de ser monja, aunque no en aquella casa… También tenía yo una grande amiga en
otro monasterio, y esto me era parte para no ser monja, si lo hubiese de ser,
sino adonde ella estaba. Miraba más el gusto de mi sensualidad y vanidad que lo
bien que me estaba a mi alma. Estos buenos pensamientos de ser monja me venían
algunas veces y luego se quitaban y no podía persuadirme a serlo.[14]
Andaba su Majestad disponiendo para el estado en que se quiso
servir de mí, que, sin quererlo yo, me forzó a que me hiciese fuerza![15]
Y aunque no acababa mi voluntad de inclinarse a ser monja, vi
era el mejor y más seguro estado; y así poco a poco me determiné a forzarme
para tomarle[16].
En esta batalla estuve tres meses, forzándome a mí misma con
esta razón: que los trabajos y pena de ser monja no podía ser mayor que la del
purgatorio, y que yo había bien merecido el infierno; que no era mucho estar lo
que viviese como en purgatorio, y que después me iría derecha al cielo, que
este era mi deseo. Y en este movimiento de tomar estado, más me parece me movía
un temor servil que amor.[17]
Poníame el demonio que no podría sufrir los trabajos de la
religión, por ser tan regalada; a esto me defendía con los trabajos que pasó
Cristo; porque no era mucho yo pasase algunos por El; que El me ayudaría a
llevarlos (debía pensar)…[18]
Diome la vida haber quedado ya
amiga de buenos libros. Leía en las Epístolas de San Jerónimo, que me animaban
de suerte que me determiné decirlo a mi padre, que casi era como a tomar el
hábito. Porque era tan honrosa, que me parece no tornara atrás por ninguna
manera, habiéndolo dicho una vez. Era tanto lo que me quería, que en ninguna
manera lo pude acabar con él…Yo ya me temía a mí y a mi flaqueza no tornase
atrás.[19]
3.3.
Teresa monja en la Encarnación
Teresa huye de la casa para entrar en la Encarnación.
Por decisión propia y sin el permiso paterno. Elige la Encarnación porque allí
tiene una amiga. Y, ya nos lo ha dicho ella: le anima más un temor servil que
el amor. Esta es la calidad de su empuje vocacional. La valoración que hace de
la vida religiosa es equiparable a vivir un purgatorio.
3.3.1. 20 años peleando con una sombra de muerte
Tras un primer momento de alegría,
de recuperar una vena de oración verdadera que ya hizo su aparición cuando
niña, Teresa se desmorona otra vez. Ahora bien, algo ha cambiado: su vocación
religiosa se ha afianzado en su interior y esto ya no volverá atrás.
En tomando el hábito, luego me dio el Señor a entender cómo
favorece a los que se hacen fuerza para servirle, la cual nadie no entendía de
mí, sino grandísima voluntad. A la hora me dio un gran contento de tener aquel
estado, que nunca jamás me faltó hasta hoy; y mudó Dios la sequedad que tenía
mi alma en grandísima ternura.[20]
No dura mucho la alegría. A pesar de ese
afianzamiento vocacional, Teresa volverá a entrar en crisis. Esta vez más honda
y más larga. Será la crisis definitiva. En ella se lo juega todo. Será una
crisis física que le obligará a salir del convento, una crisis espiritual que
no consigue concertar su afectividad y concentrar el amor en quien desde lo más
interior le reclama, una crisis moral porque, pese a entender cuál es el camino
que debe emprender no tiene fuerzas para quitar las ocasiones, dirá ella.
Teresa en la Encarnación encontró una réplica de la
sociedad, donde se valoran los linajes, títulos y noblezas. Allí Teresa vuelve
a caer en una vida acomodada, de monja de clase alta. Es Doña Teresa, con celda
espaciosa, libertades y pasatiempos.
Por su simpatía, su gracia y su capacidad de
complacer, la solicitan en el locutorio muchas veces y allí en conversaciones,
muy a menudo banales, pasa su tiempo y engorda su ego. Vuelve a aparecer el
enfriamiento afectivo con Dios.
Teresa vive dividida: ha recibido mercedes, ha
comprendido que Dios le regala y la solicita y no es capaz de mantenerse en la
entrega. En la soledad, las buenas lecturas y sus ratos de oración ha conectado
con su interior, con lo mejor de sí misma y con quien habita en ella. Pero la
solicitud de las cosas mundanas da al traste con sus mejores deseos. Vive una
vida mediocre. Mientras el ambiente la ensalza, su interior se derrumba.
Así nos lo cuenta ella:
Suplicaba al Señor me ayudase; mas debía faltar a lo que
ahora me parece de no poner en todo la confianza en Su Majestad y perderla de
todo punto de mí. Buscaba remedio; hacía diligencias; mas no debía entender que
todo aprovecha poco si, quitada de todo punto la confianza de nosotros, no la
ponemos en Dios.
Deseaba vivir (que bien entendía que no vivía, sino que
peleaba con una sombra de muerte) y no había quien me diese vida, y no la podía
yo tomar, y quien me la podía dar tenía razón de no socorrerme, pues tantas
veces me había tornado a Sí y yo dejádole[21]
(V 8, 12)
A tal punto llega que decide abandonar la oración. Se auto engaña y,
como no ve compatible la vida que lleva con la oración y tampoco encuentra
fuerzas para encauzar la vida, abandona la oración. Dios se valdrá de la muerte
de D. Alonso para volver a entablar el trato de amistad con Teresa. El año
1543, el encuentro con su padre moribundo y tan avanzado en el camino de la
oración, marcan un cambio de rumbo. Todavía muy tenue, pero que va a ser el
inicio de una recuperación sin marcha atrás: la vuelta a la oración. Tiene
Teresa 28 años. Y Dios irá tomando terreno en la vida de Teresa, aunque tendrá
que seguir compartiéndola con el mundo.
3.3.2. Teresa es liberada por amor
El año clave será 1554, año de su
definitiva conversión: ante una imagen de Cristo muy llagado comprende que ella
no está respondiendo con el mismo amor que se le entrega Cristo. Se ha
mantenido fiel al trato de amistad, pero todavía queda camino.
La gracia de 1554 hace de Teresa una mujer nueva,
una cristiana en el más puro sentido de la palabra: una mujer que ya no es suya
porque se ha dado a Cristo. De aquí en adelante, Teresa, de forma progresiva,
ya sin quiebra, vivirá una comunión con Cristo cada vez mayor y una liberación
de todas sus ataduras, sus miedos, sus condicionamientos culturales, sociales,
familiares, personales, etc.
Parece que quería
concertar estos dos contrarios, tan enemigos uno de otro, como es vida
espiritual y contentos y gustos y pasatiempos sensuales. En la oración pasaba
gran trabajo, porque no andaba el espíritu señor, sino esclavo; y así no me
podía encerrar dentro de mí (que era todo el modo de proceder que llevaba en la
oración) sin encerrar conmigo mil vanidades. Pasé así muchos años, que ahora me
espanto qué sujeto bastó a sufrir que no dejase lo uno o lo otro. Bien sé que
dejar la oración no era ya en mi mano, porque me tenía con las suyas el que me
quería para hacerme mayores mercedes.[22]
Pues ya andaba mi alma cansada y, aunque quería, no la
dejaban descansar las ruines costumbres que tenía. Acaecióme que, entrando un
día en el oratorio, vi una imagen que habían traído allá a guardar, que se
había buscado para cierta fiesta que se hacía en casa. Era de Cristo muy llagado
y tan devota que, en mirándola, toda me turbó de verle tal, porque representaba
bien lo que pasó por nosotros. Fue tanto lo que sentí de lo mal que había
agradecido aquellas llagas, que el corazón me parece se me partía, y arrojéme
cabe El con grandísimo derramamiento de lágrimas, suplicándole me fortaleciese
ya de una vez para no ofenderle. [23]
Sea Dios bendito por siempre, que en un punto me dio la
libertad que yo, con todas cuantas diligencias había hecho muchos años había,
no pude alcanzar conmigo, haciendo hartas veces tan gran fuerza, que me costaba
harto de mi salud. Como fue hecho de quien es poderoso y Señor verdadero de
todo, ninguna pena me dio.[24]
A partir de ahora es Dios quien toma la vida de
Teresa y la va haciendo cristiana, al modo de Cristo. Hoy preferimos Jesús.
Jesús es el Cristo al que se refiere Teresa, porque es el Dios hecho hombre, el
que anduvo en la tierra. Mirándolo a Él, Teresa va convirtiéndose en discípula,
en apóstol.
Esta etapa le enfrentará a Teresa con otro de los
condicionamientos de su tiempo. No bastaba la discriminación social de la
mujer, ni la mirada adversa hacia los espirituales. Teresa reúne las dos
condiciones y esto la hará caer en la sospecha de los teólogos y en el miedo a
los procesos de la Inquisición.
Ella, que por naturaleza y por formación, ya es
miedosa, tendrá que hacer frente a sus miedos, a los de sus confesores y a los
del ambiente que le rodea.
Yo era temerosa en extremo, como he dicho”[25]
“Mucho me quitaban la libertad del espíritu estos temores, que después vine yo
a entender no era buena humildad, pues tanto inquietaba[26]
Busca el contraste de los letrados, para que le
aseguren que su oración es verdadera, pero no encuentra quién rompa una lanza
por ella. Es mujer y decir que su oración mística es verdadera es peligroso,
así que todos intentan disuadirle de que es un engaño del demonio. De sus
confidentes y confesores nos deja estos retratos:
Y díjome mi confesor que todos se
determinaban en que era demonio, que no comulgase tan a menudo y que procurase
distraerme de suerte que no tuviese soledad.[27]
V 25,14
Incluso cuando Baltasar Álvarez se inclina a
aprobar el espíritu de Teresa, encuentra presión:
Mi confesor, como digo, que era
un padre bien santo de la Compañía de Jesús…supe
que le decían que se guardase de mí, no le engañase el demonio con creerme algo
de lo que le decía; traíanle ejemplos de otras personas. Todo esto me fatigaba
a mí. Temía que no había de haber con quién me confesar, sino que todos habían
de huir de mí. No hacía sino llorar.[28]
Así concluye:
Bastantes cosas había
para quitarme el juicio, y algunas veces me veía en términos que no sabía qué
hacer sino alzar los ojos al Señor; porque contradicción de buenos a una
mujercilla ruin y flaca como yo y temerosa, no parece nada así dicho, y con haber
yo pasado en la vida grandísimos trabajos, es este de los mayores.[29]
3.3.3. Este amor da un señorío
La liberación de Teresa la va a obrar Jesús y su
Evangelio. Mirándolo a Él podrá levantarse sobre los juicios de los hombres.
Teresa ha encontrado una vena de oración en la
contemplación de los pasajes evangélicos y el Evangelio se irá abriendo camino
en su interior y ensanchando las fronteras a las que los hombres quieren
reducir a Dios.
Unida a este Amigo verdadero ya no habrá más
miedos:
Hasta ahora parecíame había menester a otros y tenía más
confianza en ayudas del mundo; ahora entiendo claro ser todos unos palillos de
romero seco y que asiéndose a ellos no hay seguridad, que en habiendo algún
peso de contradicciones o murmuraciones se quiebran. Y así tengo experiencia
que el verdadero remedio para no caer es asirnos a la cruz y confiar en el que
en ella se puso. Hállole amigo verdadero y hállome con esto con un señorío que
me parece podría resistir a todo el mundo que fuese contra mí, con no me faltar
Dios.[30]
R 3, 1
No entiendo estos miedos: "¡demonio! ¡demonio!",
adonde podemos decir: "¡Dios ¡Dios!", y hacerle temblar. Sí, que ya
sabemos que no se puede menear si el Señor no lo permite. ¿Qué es esto? Es que
tengo ya más miedo a los que tan grande le tienen al demonio que a él mismo;
porque él no me puede hacer nada, y estotros, en especial si son confesores,
inquietan mucho, y he pasado algunos años de tan gran trabajo, que ahora me
espanto cómo lo he podido sufrir. ¡Bendito sea el Señor que tan de veras me ha
ayudado!.. [31]
Teresa al acercarse a Jesús comprende el valor de
la mujer; y que el hacerla de menos no es de Dios, sino de los jueces del
mundo, que siempre ha habido mujeres valientes a las que el Señor ha confiado
su Iglesia.
No es
aceptador de personas; a todos ama; no tiene nadie excusa por ruin que sea,
pues así lo hace conmigo trayéndome a tal estado[32]
Jesús no aborreció a las mujeres. Entonces y ahora
encontró en ellas mejor respuesta que en los hombres:
Hay muchas más que
hombres a quien el Señor hace estas mercedes, y esto oí al santo fray Pedro de
Alcántara (y también lo he visto yo), que decía aprovechaban mucho más en este
camino que hombres, y daba de ello excelentes razones, que no hay para qué las
decir aquí, todas en favor de las mujeres[33]
En el Camino de Perfección, códice de El Escorial,
capítulo 4,1. Este texto, todo un manifiesto a favor de las mujeres, que el
censor tachó hasta no poderse leer, quiso Dios que con el tiempo saliera a la
luz.
Parece atrevimiento pensar yo he de ser alguna
parte para alcanzar esto. Confío yo, Señor mío, en estas siervas vuestras que
aquí están, que veo y sé no quieren otra cosa ni la pretenden, sino
contentaros. Por Vos han dejado lo poco que tenían, y quisieran tener más para
serviros con ello. Pues no sois Vos, Criador mío, desagradecido para que piense
yo daréis menos de lo que os suplican, sino mucho más; ni aborrecisteis, Señor
de mi alma, cuando andabais por el mundo, las mujeres, antes las favorecisteis
siempre con mucha piedad y hallasteis en ellas tanto amor… (siguen
20 líneas borradas, censuradas, que decían):… hallasteis en ellas tanto
amor y más fe que en los hombres, pues estaba vuestra sacratísima Madre, en
cuyos méritos merecemos, y por tener su hábito, lo que desmerecimos
por nuestras culpas. No basta, Señor, que nos tiene el mundo acorraladas, que
no hagamos cosa que valga nada por Vos en público, ni osemos hablar algunas
verdades que lloramos en secreto, sino que no nos habíais de oír petición tan
justa. No lo creo yo, Señor, de vuestra bondad y justicia, que sois justo juez
y no como los jueces del mundo, que, como son hijos de Adán y, en fin, todos
varones, no hay virtud de mujer que no tengan por sospechosa.
Sí, que algún día ha de haber, Rey mío, que se
conozcan todos. No hablo por mí, que ya tiene conocido el mundo mi ruindad y yo
holgado que sea pública; sino porque veo los tiempos de manera que no es razón
desechar ánimos virtuosos y fuertes, aunque sean de mujeres.
Jesús ha salido al paso de
Teresa y la ha fortalecido. Ha prometido estar con ella y defenderla. Cuando el
índice de libros del inquisidor que de alguna manera, redundaba en perjuicio de
las mujeres, por prohibir los libros en romance, es Jesús el que le asegura que
en Él tendrá libro Vivo, que no tema.
Su Majestad ha sido el
libro verdadero adonde he visto las verdades ¡Bendito sea tal libro, que deja
imprimido lo que se ha de leer y hacer, de manera que no se puede olvidar![34]
3.4.
Teresa: una vida fecunda
No pretendo alargarme en esto. Solo quiero dar un
apunte sobre qué fecundidad tiene una vida cuando arraiga en el Evangelio.
Quiso Dios que a Teresa le quedase un tiempo para poner por obra todo lo que
había entendido en la oración, en ese trato de amistad con el Amigo que nunca
falla. Veinte años de una actividad desbordante. Enferma y todo como estaba:
hoy sabemos que con un cáncer de útero, andando por esos caminos, al frío del
invierno y al asfixiante calor de
tierras de Castilla y Andalucía.
3.4.1. Su obra escrita
Entre 1562, que sale de la Encarnación para fundar San José y 1582, que
muere en Alba de Tormes, escribe las dos redacciones del Libro de la Vida, dos
redacciones de Camino de Perfección, Fundaciones y Castillo interior o Moradas.
Todas ellas y algunas más de carácter más breve, como Meditación de los
Cantares, Modo de visitar conventos…que se convertirán en obras de la mejor
prosa castellana de todos los tiempos y verdaderos tratados de la mejor
espiritualidad.
Teresa rompe las fronteras que tenían relegadas a
las mujeres a la vida privada. Y en un ambiente hostil eclesiástico para los
espirituales y para las mujeres, se convierte en Maestra de espirituales.
3.4.2. Su
obra fundacional
En estos 20 últimos años de vida Teresa
siembra evangelio por toda la geografía española. No creo que sean otra cosa nuestras
pequeñas comunidades.
·
Ávila 1562
·
Medina 1567
·
Malagón 1568
·
Valladolid 1568
·
Duruelo 1568
·
Toledo 1569
·
Pastrana 1569
·
Salamanca 1570
·
Alba de Tormes 1571
·
Segovia 1574
·
Beas 1575
·
Sevilla 1575
·
Caravaca 1576
·
Villanueva de la Jara 1580
·
Palencia 1581
·
Soria 1581
·
Burgos 1582
Sus Carmelos están llamados a testimoniar con la
vida los valores del Evangelio. Son, por tanto, la mejor contestación a una
sociedad e Iglesia que no vivía en ellos o no siempre los defendió.
En sus conventos no habrá clases, ni se nombrarán
linajes. Todas por igual se empeñarán en amarse y ayudarse a lo único que
importa, que es darse del todo al Todo, sin hacerse partes. No les preocupará
el dinero o limpieza de sangre de las candidatas, sino las cualidades y el
deseo de contentar solo a Dios que traigan. Una vida sencilla, sobria,
laboriosa. Sin ataduras ni de deudos ni de confesores. Mucha libertad dentro en
todo: en el respeto a cada una, a su momento, a su condición. Y libertad con
los de fuera: no permitir que nadie de fuera quite la paz a la comunidad. Sea
la comunidad la protagonista de su propia historia. Por eso comunidades
autónomas, pero muy unidas por lazos de caridad unas con otras.
En su afán de sembrar el Evangelio, no le detendrá
el hecho de ser mujer ni a la hora de fundar frailes. Creo que es el único caso
en la historia.
4. 1582: Al fin, muero hija de la Iglesia
No se entiende Teresa fuera de la Iglesia. No
tendría sentido. Ella es fruto de una Iglesia fiel a Cristo. Amó la Iglesia con
todo su ser, aunque no pudo vivir en sintonía con la institución.
Famosa se ha hecho la frase con la que la Madre
Teresa se despide del mundo. El empuje del Evangelio la llevó, sin pretenderlo
“a priori”, a trasgredir normas, a
convertirse en un verdadero quebradero de cabeza para los defendedores
del orden establecido.
No encontraron en ella motivo para condenarla,
pero, sin duda, temió en algún momento que pudieran hacerlo.
No faltaron quienes hasta en la última hora la
juzgaron sin piedad, tal es el caso del nuncio Felipe Sega que le dedicó estas
palabras: “fémina inquieta, andariega, desobediente y
contumaz que a título de devoción inventa malas doctrinas, andando fuera de la
clausura contra el orden del concilio tridentino y prelados. Enseñando como
maestra contra lo que san Pablo enseñó, mandando que las mujeres no enseñaran”.
De
él dirá ella:
Murió un nuncio santo
que favorecía mucho la virtud, y así estimaba los Descalzos. Vino otro, que
parecía le había enviado Dios para ejercitarnos en padecer.[35]
Si sus últimos 20 años son un verdadero maratón, su
carrera después de muerta resulta meteórica:
1614: El 14 de
abril es beatificada por el Papa Paulo V.
1622: El 12 de
marzo de 1622 es canonizada por el Papa Gregorio XV.
1970: El 27 de septiembre es proclamada por el Papa Pablo
VI doctora de la Iglesia. La primera mujer doctora de la Iglesia
Que todo ello no nos haga olvidar que detrás de la
gran Teresa de Jesús hay una historia de pobreza, sufrimiento, incomprensión y
lucha, que, si no saca Dios adelante, hoy nadie conocería.
No podemos definirla como una feminista. Su defensa
de la mujer, como la de cualquier colectivo marginado, los pobres, por ejemplo,
arranca en ella por el grito del Evangelio. De tal modo, que pudiéramos deducir
que cualquier discriminación hoy para los cristianos, es un problema de
conversión. Para seguir sus pasos: determinarnos a hacer lo poquito que esté en
nosotros y vivir el evangelio.
Muchas
gracias
[1] V 17,5
[2] BENNASSAR, Bartolomé, “La España del Siglo de Oro”, Editorial
CRÍTICA, Barcelona 1983
[3] La teología positiva se presenta
perfectamente realizada en el De locis
theologicis (1562) de Melchor Cano.
Los lugares teológicos o fuentes de la teología se sitúan, no en las cuestiones
temáticas (Trinidad, Encarnación, Gracia), como en la teología medieval sino en
Sagrada Escritura, la Tradición Apostólica, la autoridad
de la Iglesia Católica, la autoridad de los Concilios Ecuménicos, la autoridad
del Sumo Pontífice, la doctrina de los Padres de la Iglesia, la
doctrina de los doctores escolásticos y canonistas, la verdad racional humana, la doctrina de los filósofos y
la historia.
[4] V 2,1
[5] V 1,1-4
[6] V 1,8
[7] V 2,2
[8] V 2,3
[9] V 2,6
[10] V 2,6
[11] V 2,7
[12] V 2,8
[13] V 3,1-2
[14] V 3,2
[15] V 3,4
[16] V 3,5
[17] V
3, 6-7
[18] V 3,6
[19] V 3,7
[20] V 4,2
[21] V 8,12
[22] V 7,17
[23] V 9,1
[24]
V 24,8
[25]
V 25,14
[26]
V 31,14
[27]
V 25,14
[29]
V 28,18
[30]
R 3,1
[31]
V 25,22
[32]
V 27,12
[34]
V 25,6
[35]
F 28,3