Prof. Secundino Castro, ocd
Aula de Teología. Santander
3 de marzo
de 2015
I
- Introducción
Vamos a dar comienzo a esta conferencia cuyo
objetivo es hacer ver cómo las Moradas de Santa Teresa es un libro que,
evidentemente, recoge los aspectos más importantes de su mística, pero que
también se adapta a la realidad del cristiano ya que, como van a ver, Moradas
trata prácticamente del seguimiento de Cristo. Primero trataré este aspecto y
luego iré siguiendo cada morada.
También
quiero decir que santa Teresa tenía una gran capacidad para captar en los
sermones, en los libros de la vida de Cristo el plan de la Biblia, aunque no
pudiera leerla completa. Ella, que era judía, entra -por conexiones también del
judaísmo con los autores sagrados de la Biblia- en unas interpretaciones de las
que, incluso, no es consciente. Al reflexionar y ver todo el proceso, uno queda
admirado de cómo ha profundizado la Biblia una mujer que no tenía formación
universitaria, aunque había leído bastante de temas espirituales y de forma
indirecta de temas bíblicos. Una de las cosas que más alegría le daba a Teresa
era que le dijeran que sus esritos parecían Sagrada Escritura. Cuando un amigo
le escribió: “dicen de Camino de
Perfección, gente muy competente, que parece Sagrada Escritura”, para ella,
ésta era la mayor alabanza que podían hacerle.
1. Moradas,
el cristiano y lo profundo
Las Moradas es un viaje a la profundidad del
ser humano creado en Cristo. Por eso es preciso que ante todo fijemos el pensamiento
de Teresa al respecto. Lo mejor, a mi parecer, para esto es seguir el ritmo de
ese pensamiento a través de una serie de textos muy ricos, que con diversas
figuras nos introducen en el misterio. Veremos así lo que ella entiende por morada
e, inmediatamente también, la referencia que tiene a lo cristiano. Así, de la
imagen del castillo, Teresa salta a las moradas de Juan 14,2:
Que es considerar nuestra alma como
un castillo todo de un diamante o muy claro cristal, adonde hay muchos
aposentos, así como en el cielo hay muchas “moradas” (1M 1,1). Y añade: Que si bien lo consideramos... no es otra
cosa el alma del justo, sino un paraíso adonde dice El tiene sus deleites
(1M 1,1).
De
modo que el alma del justo se está convirtiendo en el paraíso del Génesis. Así
el cristiano entra ya en sus mismos constitutivos en la historia de la
salvación. Pero Teresa da un paso más y descubre que
el ser humano está hecho a imagen de Dios como lo refleja la experiencia del
siguiente texto:
No hallo yo cosa con qué comparar
la gran hermosura de un alma y la gran capacidad; y verdaderamente apenas deben
llegar nuestros entendimientos..., a comprenderla, así como no pueden llegar a
considerar a Dios, pues El mismo dice que nos crió a su imagen y semejanza
(1M 1,1).
Y a continuación clarifica su pensamiento en otro pasaje brillante
que parece, más que una descripción, un canto al yo del hombre:
Este
castillo tan resplandeciente y hermoso, esta perla oriental, este árbol de vida
que está plantado en las mismas aguas vivas de la vida, que es Dios (1M
2,1).
Con estos pasajes parece que Teresa quiere
trasportar el famoso castillo al Paraíso del Génesis, al del Apocalipsis con
alusiones al árbol de la vida a que se alude en ambos, y al río donde el árbol
germina.
No es
improbable que se refiera también al árbol del salmo plantado junto a las aguas.
Con
ello se significa ya que la misma ontología del ser humano, en este caso del
cristiano, tiene sabores bíblicos y su maduración no se va a poder hacer si no
es desde la Biblia. Por eso cuando esa realidad luminosa se apaga a causa de la
culpa, dice santa Teresa:
No hay
tinieblas más tenebrosas, ni cosa tan oscura y negra, que no lo esté mucho más.
No queráis más saber de que, con estarse el mismo sol[1],
que le daba tanto resplandor y hermosura todavía en el centro de su alma, es
como si allí no estuviese para participar de El, con ser tan capaz para gozar
de Su Majestad como el cristal para resplandecer en él el sol.
(1M 2,1); cf 1M 2,3; 7M 2,8)[2].
Obsérvese
cómo Teresa une la moral a la ontología. Esto es muy importante por lo que
enseguida vamos a decir de su comprensión del seguimiento de Jesús.
Pero la explicación de
todos estos textos se halla en una experiencia cristológica de gran calado con
que finaliza el libro de la Vida.
Pasaje que, según creo haber demostrado en otro lugar, es el fundamento y la
raíz de las Moradas:
De presto se recogió
mi alma, y parecióme ser como un espejo claro, toda… y en el centro de ella se
me representó Cristo nuestro Señor, como le suelo ver. Parecíame en todas las
partes de mi alma le veía claro como en un espejo, y también este espejo yo no
sé decir cómo se esculpía todo en el mismo Señor por una comunicación que yo no sabré decir, muy amorosa.” (V 40,5).
El yo humano se constituye, pues, en Cristo. Su
maduración consistirá en que ese Cristo llegue a trasvasar toda su realidad
ontológica y moral. El seguimiento según esto no sólo va a ser un exigencia
ética, sino también del ser. Es cuanto a
continuación va a decir Teresa:
Dióseme
a entender que estar un alma en pecado mortal es cubrirse este espejo de gran
niebla y quedar muy negro, y así no se puede representar ni ver este Señor,
aunque esté siempre presente dándonos el ser (V 40,5).
Este
pasaje es uno de los más importantes de la experiencia teresiana por varios
motivos:
1. Lo que se decía de la Divinidad y de la
Trinidad, ella lo experimenta en Cristo.
2. Cristo
aquí connota su Humanidad, porque Teresa dice que se le representó “como le
solía ver”. En cualquiera de sus visiones ella siempre le percibió resucitado,
por consiguiente, con su Humanidad.
3. El
recogimiento supremo teresiano es cristológico.
4. Se
incrusta en el yo humano de tal manera, que ni siquiera el pecado lo puede
ahuyentar aunque lo oscurezca.
5. Viene a
formar parte del hombre, que según esto, estaría constituido de cuerpo, alma y
Cristo.
6. Esta
comprensión teresiana nos acercaría de algún modo a Efesios y Colosenses y
quizás a Teilhard de Chardin.
7. Es una
de las experiencias supremas del libro de Vida.
8. Sólo el
hombre puede encontrarse a sí mismo y explayarse desde esta dimensión
cristológica.
9. El
seguimiento tiene por objeto el que la realidad de Cristo se imponga en todas
las zonas del ser.
10. La
experiencia y el seguimiento alcanzarán su cumbre cuando el hombre sienta que
ya no es el que vive, sino Cristo (Gá 2,20) [V 6,10; CC 3,10].
Si la imagen del castillo se sustenta en el pasaje
de Vida que acabamos de recordar, se convierten las Moradas en
una cristofanía –el proyecto revelacionístico del Padre es cristológico- y en
una cristopatía -el acceso del hombre a Dios se resuelve en la experiencia
(padecimiento) de Cristo (seguimiento)-.
Si no estuviera suficientemente probado que Moradas
se sustenta en Vida 40,5, añadamos que esto se evidenciaría por una
especie de lapsus que comete la autora al citar un pasaje, creyendo que lo ha
escrito en Moradas cuando en realidad es del lugar recordado de Vida,
como se deduce del texto siguiente, que no se encuentra en Moradas[3].
Mas,
como faltamos en no disponernos y desviarnos de todo lo que puede embarazar
esta luz, no nos vemos en este espejo que contemplamos, a donde nuestra imagen
está esculpida (7M
2,10).
Por
otra parte, el esfuerzo del seguidor de Moradas
ha de dirigirse a entrar en contacto con el Rey que inhabita el centro del yo,
cuya alma, al modo de un espejo, refleja a Cristo, como se asegura al final de
la obra:
Aparécese el Señor en este centro
del alma sin visión imaginaria sino intelectual... como se apareció a los
apóstoles sin entrar por la puerta, cuando les dijo: “Pax bovis” (7M 2,3). cf. 5M 1,13.
De
cuanto llevamos diciendo se infiere que el libro de Moradas narra
la forma de cómo alcanzar la madurez cristiana, que, ya hemos dicho, implica un
doble aspecto: ontológico y moral o psicológico espiritual. Teresa no lo duda,
para entrar dentro, en las profundidades del yo, sustentado en Cristo, se
impone el seguimiento (3M 1,8). Sin el seguimiento de Jesús; sin la experiencia
de su vida y el amor al prójimo (5M 3,10) no hay hondura posible. Y si
pareciere que la hubiere, sería una profundidad vacía (V 22,9).
Esta es la mística de santa Teresa que, como van a ver
enseguida, está muy basada en los sacramentos, en la eucaristía, en el
seguimiento, en la realidad de Jesucristo; es decir, es una mística para todos
los cristianos.
2. ¿Qué significa el término Morada?
Parece que Teresa ya desde el principio, piensa dar a la palabra morada
contenido bíblico. En efecto, apenas se abre el libro (1M1, 1), cita el texto
de Juan 14,2: “En la casa de mi Padre hay muchas moradas. A este texto
parece aludir en Fundaciones 14,5:
Gozaremos
en aquella eternidad, adonde son las moradas conforme al amor con que hemos
imitado la vida de nuestro buen Jesús.
Es probable que en un primer momento entienda morada
como la estancia de un castillo. Y así utilizará también a lo largo de la
narración esa imagen. Pero, si se observa con detención, la figura del castillo se retira a un plano
secundario, porque las connotaciones bíblicas la van absorbiendo.
Moradas representará un estado de conciencia crístico.
Desde otra perspectiva, una etapa en el seguimiento. Cada paso serio en el
seguimiento constituye una morada. Así las moradas teresianas se
van identificando con el concepto de morada de Juan. Esto no es algo que
solamente se halle de una forma objetiva en el libro teresiano, se encuentra ya
en la intencionalidad de Teresa. Porque Teresa, apenas comienza, infunde tal
dinamismo a esta palabra que la enmarca en su más genuino sentido
escriturístico. Juan en su evangelio entiende el término morada como una
derivación del verbo griego “meno”, vocablo que utiliza para significar la
relación permanente, vital y sin interrupción entre Jesús y el Padre, y entre
nosotros, el Padre y Jesús, (Jn 14,23). Es el mismo dinamismo teológico-espiritual
del libro de la santa.
3.
Perspectiva joánica del libro teresiano
Teresa asume para su obra esa categoría tan
significativa del cuarto evangelio. Desde este aspecto, todo el libro de Moradas ya se
enjoya[4] de
tonos bíblicos. Por ello no es arriesgado afirmar que Moradas resulta un
comentario al texto joaneo, sin desdeñar otros textos del seguimiento
evangélico que integrará en éste. Previo a la “celebración del matrimonio”
también Teresa gozará de la experiencia trinitaria (7M 1,7), a que alude el
evangelista. El contenido de las moradas del Padre se prosigue luego en el
Apocalipsis de Juan (21,10-23), en el que morada es la ciudad entera.
Así parece que Teresa entiende también las suyas. De hecho algunos de los
elementos que componen su visión del alma están tomados de esa ciudad
encantada, vg, el sol (Ap 21,23).
La maduración del cristiano la va a entender Teresa
como la vivencia de la Nueva Jerusalén aquí abajo, tal como hoy viene
comprendida por no pocos intérpretes del Apocalipsis. Teresa va a identificar los procesos del crecimiento cristiano como un
seguimiento hacia las honduras del yo, donde se encuentra Cristo en dimensiones
del paraíso del Génesis, del jardín del Cantar o del Apocalipsis o como la
ciudad futura o nueva Jerusalén y la tierra prometida.
A
lo largo de la historia se ha tratado de señalar el origen del símbolo
teresiano del Castillo y las Moradas.
Muchos han recurrido a una revelación hecha a la Santa; oros han pensado en
alguna construcción, las murallas de Ávila, la catedral, incluso han señalado un castillo concreto;
otros creen que la Santa se ha servido de algunos tratados espirituales o
sermonarios, otros piensan que lo puede haber encontrado en el Romancero o en
libros de caballería o en fuentes islámicas, o un método de diversión para la
vida espiritual. Finalmente, no faltan quienes creen que se ha inspirado en la
Biblia, principalmente en Jn 14,2 o Ap 21-22. Esas imágenes más globales se
concentrarían en estancias más reducidas: la bodega del Cantar, el Cenáculo, el
sepulcro de Cristo, la tierra prometida. En realidad no se trataría de una
imagen, sino de un conjunto de ellas de aspecto bíblico-cristológico que
desarrollan el relato: la búsqueda del Amado (Cantar, evangelios).
Yo
pienso que el primer golpe de inspiración se halla en Vida 40,5. Es probable
que el segundo fuera un castillo de amores, saltando en seguida la imagen a
contextos bíblicos, como el Paraíso del Génesis, la ciudad del Apocalipsis, en
donde se encontrarían las moradas de Juan 14,2. Existen otras imágenes no
religiosas que ayudan al engarce de las primeras, pero son muy secundarias.
Cualquier
interpretación cuyo eje no sea lo bíblico cristológico está condenada al
fracaso, y no logrará dar razón ni del contenido ni del modo de su desarrollo.
La profundización hacia la maduración supone
la integración humana en Cristo. Un estilo formal de seguimiento. Esto quiere decir que su mística se empapa de
Biblia y más en concreto de cristología. Ya lo hemos dicho, no se puede entrar
dentro sin los sentimientos que denota la figura de Jesús. La mayor profundidad
para Teresa es el seguimiento y sólo se consigue la comunión con Dios en la
identificación con Jesucristo. En seguida lo vamos a comprobar.
Para Teresa el
seguimiento de Cristo significa el amor al prójimo que, como veremos en
séptimas moradas, concebirá como algo que parece imposible: “el amor al
enemigo con ternura”. Antes de septimas moradas, Teresa perdonaba,
comprendía, pero no experimentaba esta ternura ante el enemigo, algo que psicológicamente
es, en mi opinión, prácticamente imposible. Para muchas personas el místico es
alguien que se retira, se ausenta, parece que no está en el mundo; sin embargo
el místico dice que sin el amor al prójimo, es impensable el encuentro con
Cristo.
II – HACIA
LAS HONDURAS DEL YO
1. Primera Morada: Prendidos en la figura de Cristo
Por vivir el ser humano desligado de Dios, la luz
que deslumbra su interior apenas emerge (1M 2,14). Tales personas se
desconocen, ignoran su propio origen y sentido. Teresa las invita a hacer el
recorrido del ciego de nacimiento (1M 1,3) del evangelio de Juan 9,23. Es muy
significativo el recuerdo del ciego joaneo aquí, al comienzo del camino de Moradas.
El ciego joaneo es toda una historia de seguimiento. El instinto teológico de
Teresa le obligó a comenzar por esta figura evangélica que asume a las
sinópticas y presenta el seguimiento de una forma más completa.
En efecto, Juan recuerda que Jesús le untó de barro
en los ojos, hecho con su saliva. Aquel ungüento era expresión de su Humanidad.
Jesús le curó con ella, con su ser de encarnado. Y el ciego vio sus
luminosidades, e hizo la confesión plena de Jesús ofrendándole siete títulos
(Jn 9,1-41).
Sólo así podía mirarle como recomienda Teresa que
comienza esta morada rememorando a Hebreos: “Fijos los ojos en Cristo”
(1M 2,11); para dirigirse como redimidos por él (1M 2,4), substrayendo
previamente la oscuridad que entenebrece y enfea el cristal del alma (1M 2,4),
hacia el centro del yo, lugar del tesoro, donde se ocultan la fuente el sol y
el árbol, es decir, el Jardín del Génesis, el Paraíso del Apocalipsis o el Río
de agua viva, del Génesis, Salmos y Apocalipsis[5]. Esas
figuras bíblicas denotan las experiencias que va adquiriendo el seguidor en su
proceso de interiorización que se realiza en la medida en que se va
identificando con Cristo.
Pero este camino sólo lo podrá llevar a cabo
después de que Jesús le haya rehabilitado como al paralítico de la piscina de
Betesda, que recuerda Teresa en 1M 1,6-8. Al igual que aquél, el alma emprende
el nuevo éxodo hacia los torrentes de Cristo, que Juan rememora en 7,37-39 y
también Teresa en 7M 2. El camino se dirige al lugar del embrujo donde vibra el
corazón (1M 1,8).
Cristo quiere realizar otra vez una historia tan
bella como la de Pablo o la de Magdalena (1M 1,3), a quienes alude aquí la
Santa, dando muestras de la cristopatía que
la aflige ya en los albores de Moradas.
También la figura del paralítico viene aquí muy
bien situada. La palabra paralítico expresa la idea de camino a recorrer, y la
piscina, el término, que no es otro, que Cristo. La piscina en el evangelio de
Juan es el mismo Cristo, como interpretan no pocos especialistas.
Finalmente, el propio conocimiento, característico
de esta morada, lo descubre en el de Dios, que reverberó en Cristo:
Mirando su grandeza, acudamos a nuestra bajeza,
y mirando su limpieza, veremos nuestra suciedad; considerando su humildad,
veremos cuán lejos estamos de ser humildes (1M 2,9)[6]
Texto que evidentemente Teresa predica de Jesús. A quien nos pone como
modelo a imitar. El camino de la profundización, del recogimiento es el del
seguimiento. Veremos que de este modo Teresa cristifica la mística y la hace
cristiana.
2. Segunda Morada: Preanuncios de presencia a ritmos de seguimiento. Se
inicia el diálogo con Dios.
Ya en estas segundas moradas se va a
preanunciar de forma más precisa el camino del seguimiento, que se formulará
específicamente en las siguientes, sobre todo, en las terceras, en que se
utilizarán no sólo una determinada simbología, sino terminología específica del
seguimiento evangélico.
Aquí se perciben por primera vez las voces de Dios (2M 1,2)[7],
y el seguidor de segundas moradas se deshace por obedecerlas. Pero, por
otra parte, se levantan los gritos del mundo que le reclaman. En este escenario
se produce una lucha atroz. Entonces
comprende la advertencia del evangelio de que “sin él no podemos hacer
nada” (2M 1,6), pues de otro modo sería “construir la casa sobre arena” (2M
1,7), rememora nuestra autora, pegada a los evangelios y a textos de
seguimiento.
Ante esta perspectiva suplica al
Señor que, por su sangre derramada por nosotros (2M 1,9), nos arrastre hacia
sí. En el párrafo final de esta morada
se halla la raíz de la misma. Es un texto de gran intensidad y concisión crística,
al que se le añade una súplica vibrante, configurada con tres citas
evangélicas. El grito teresiano se
modula así:
Pues si nunca le
miramos ni consideramos lo que le debemos y la muerte que pasó por nosotros, no
sé cómo le podemos conocer ni hacer obras en
su servicio (2M
1,12).
De
nuevo el mirar a Jesús, tan teresiano, que ya apareció en la primera morada, y que veremos en la séptima
(4,9). Teresa vincula la mirada al seguimiento como puede observarse o, mejor,
el mirar ya es una forma de seguimiento. Un mirar para ser inmantados.
El
grito concluye con una plegaria compuesta con tres pasajes evangélicos, dos de
Mateo y uno de Marcos:
Plega al Señor nos de entender lo
mucho que le costamos, y cómo no es más el siervo que el Señor, y que hemos menester
obrar para gozar su gloria, y que para esto nos es necesario orar para no andar
siempre en tentación
(2M 2,12).
El
primero de Mateo (10,24) quiere decir que el discípulo tiene que pasar las
mismas penalidades que su Señor.
El
siguiente, también de Mateo (26,41), contempla a Jesús en Getsemaní exhortando
a sus discípulos a la plegaria. La oración, que ha surgido como nuevo estilo
del alma en esta morada, es esencial
para no sucumbir a esas tentaciones que la atormentan; es el clamor de Jesús,
que también en esos momentos ora.
Finalmente,
el texto de Marcos (10,17) nos pone delante aquel personaje que le preguntaba
sobre cómo conseguir la vida eterna. Aquí sólo lo insinúa; en terceras moradas será el emblema del seguidor.
Pero, como decimos, ahora Teresa le va preparando.
La
alusión al hijo pródigo (2M 1,4), a los Zebedeos (2M 1,8), y a la paz ofrecida
en el Cenáculo (2M 1,9), muestran las actitudes y sentimientos cristológicos
que deben impregnar al alma en su camino oracional en esta morada. Estas figuras del evangelio invitan al seguimiento y orientan
la radicalidad del evangelio al interior.
Así, espera Teresa que el Señor la conduzca
hasta la “tierra (de promisión)” que, a
tenor de su discurso, es la morada
de Cristo, donde se encuentra todo y que está en nuestro interior, donde
resplandece el Resucitado. Por consiguiente, la “tierra (de promisión)” es otro
elemento constituyente del yo. La inmersión en nosotros mismos va buscando el
centro donde está Jesucristo para que, desde ese centro todo se cristifique y a
partir de ahí, todas las acciones del ser humano comiencen a tener sentido
crístico. La tierra de promisión que anhelamos es Cristo, que mora en nuestro
interior. La marcha evangélica es a la vez marcha ontológica. La luz del
evangelio se identifica con el clamor de nuestro yo.
3. Tercera
morada: En pos del señor para ver su
rostro. La invitación a seguir a Jesús.
Teresa ahora va a poner su mirada en el rico del evangelio que no
siguió a Jesús. Ella cree que es el mejor emblema de estas terceras moradas.
Desde que comencé a hablar en estas moradas le traigo delante (3M 1,5),
dice Teresa, refiriéndose al rico del evangelio. La llamada de Jesús se dirige a todos, pues
la perfección de que habla Mateo se refiere a ese complemento final que pone el
NT sobre el Antiguo. La enseñanza de Jesús sobre las riquezas incumbe, pues,
también a todos sus seguidores, aunque las formas de llevarla a cabo sean
diferentes. Posiblemente en este caso se trataba de alguien a quien llamaba al
estilo de los Doce. Teresa ha captado bien el contenido del texto, dándole un
sentido universal, igual que a sus moradas, como se infiere de no pocos
pasajes (3M 1,5; 2,3-6; 7M 2,10).
Las terceras moradas nos sitúan, pues, en el camino del
seguimiento de Jesús. La alusión a dejar las redes de San Pedro: Y dejamos todas las cosas del mundo y lo que
teníamos, por Él (aunque sea las redes de san Pedro), afianza todavía más esta idea. Es la respuesta
natural a lo que él hizo por nosotros. Un texto teresiano al respecto fija la
orientación que ella da al seguimiento de esta morada:
Que
podemos hacer –dice- por un Dios tan poderoso, que murió por nosotros y nos
crió y da ser, que no nos tengamos por venturosos en que se vaya desquitando
algo de lo que le debemos por lo que nos ha servido... que no hizo otra cosa
todo lo que vivió en este mundo
(3M 1,8).
Y enseguida nos invitará también a la “desnudez” y “dejamiento” de todo
(3M 1,8), palabras que resuenan a aquellas con las que Jesús fija las
condiciones del seguimiento y a cuanto hicieron los primeros seguidores de
Jesús como reflejan los evangelios. E, invitándonos a la humildad, recuerda
aquí la enseñanza del Señor, que nos advierte que, después de haber hecho todo,
nos tengamos por siervos sin provecho, inútiles (3M 1,8), y siempre
dependientes de él (3M 1,8).
Curiosamente recuerda
aquí Teresa unos trabajos interiores que tienen muchas almas buenas,
intolerables y muy sin culpa suya, de los cuales siempre las saca el Señor con
mucha ganancia” (3M 1,5).
Se trata de un regalo anticipado de la noche oscura, con el que el Señor acelera el seguimiento.
Teresa contempla así el seguimiento como gracia, como don; es la atracción de
que nos habla san Agustín. Por eso ella nos invita a dejarnos llevar por esa
atracción, que nos hará ir de prisa tras él, por la fuerza de su llamada: Nosotras de sólo caminar aprisa (apriesa) por ver
este Señor (3M 2,8). Ese aprisa
señala sin reservas la modalidad de seguimiento que ella quiere imprimir, y
para ello ninguna actitud mejor que la que adoptó Tomás, apóstol de Jesús,
cuando invita a sus compañeros a subir a Judea a morir con Él (3M 1,2). Texto
que introduce Teresa al principio de estas terceras moradas, cuyo centro
focal, ella sitúa en el seguimiento evangélico. Pero enseguida observará que la
mejor forma de seguimiento hasta morir con Jesús, se halla en el cumplimiento
de la voluntad de Dios (3M 2,6). Y aquí la referencia de Teresa es a Getsemaní
y, posiblemente también, al Padrenuestro.
Tal observación viene muy bien a estas personas de terceras moradas
que se han imaginado, y así tratan de vivirlo, un cristianismo organizado,
-concertado, lo denominará ella (3M 1,5):
La voluntad de Dios no pocas
veces desconcertará este concierto. Pero ellas, no descubrirán su presencia por estar todavía muy ligadas
a la mundanidad.
La cita bíblica encaja perfectamente en este lugar, porque nos hace ver
que también el Padre con la permisión de la crucifixión de Jesús desconcertó el
proceso mesiánico (Mc 14,36). Se entiende, por esto, que Teresa pida al Señor que
pruebe a estas almas para que se encuentren a sí mismas y se conozcan. (3M
1,7).
Una vez más la Santa ha enmarcado otra morada en Jesús. Todo
surge de contemplarlo y de ver lo que ha hecho por nosotros. Su entrega y el
cumplimiento de la voluntad del Padre, avivan en el sujeto de terceras moradas
el anhelo de seguirlo, más aún, de ir a morir con Él, y no adoptar la actitud
del joven rico, discerniendo nuestros más ocultos apegos y rindiendo nuestro
corazón sólo a aquel que murió por nosotros, y nos crió y da ser... y que
nos ha servido... que no hizo otra cosa todo lo que vivió en el mundo (3M
1,8).
Una cosa curiosísima es que pone primero la muerte de Jesús, antes que
la creación; ha utilizado los textos a su manera, pero se los ha aplicado a
Jesús Resucitado, que es la experiencia que tenía siempre. Aunque la
experiencia fuera de pasajes o pasos de la vida pública de Jesucristo, Teresa,
siempre lo vio resucitado; lo ve todo desde esa perspectiva pascual.
4. Cuarta
Morada: La oración
de recogimiento y quietud, y dos textos famosos de Juan. La mística y el yo.
Teresa abordará en estas moradas la
oración de recogimiento infuso y de quietud.[8]
Aunque primeramente se referirá a la oración de “recogimiento adquirido”, el
que nosotros podemos adquirir por nuestra fuerza ayudada por la gracia. Todas
ellas no son más que experiencias cristológicas como veremos enseguida.
El “recogimiento adquirido”, ya lo hemos dicho, lo
aborda aquí de paso. En realidad este grado oracional pertenece a las terceras
moradas. Ahora se limita a determinar su contextura, sin
detenerse en el análisis interno. Habla de él en Vida y Camino donde el centro del
mismo es Cristo.[9]
El orante fija su mirada y su corazón en la persona de Jesús, en cuyas
profundidades termina siendo atrapado. Unas breves referencias nos bastan para
comprenderlo:
Puede
representarse delante de Cristo –enseña Teresa- y acostumbrarse a enamorarse
mucho de su sagrada Humanidad y traerle siempre consigo (V 12,2). Para
terminar en aquel momento en el que el recogimiento alcanza su cumbre: Se
esté allí con Él. Acallado el entendimiento. Si pudiere, ocuparle en que mire
que le mira (V 13,22).
Pero el estilo oracional que caracteriza a
estas moradas son la oración de recogimiento infuso y la
de quietud. Son dos formas de llamadas de Jesús en que la persona se siente
llevada como en volandas a los misterios del mismo Señor. Es la mística. Así
narra la oración de recogimiento infuso:
Visto
ya el gran Rey, que está en la ‘morada’ de este castillo, su buena voluntad,
por su gran misericordia, quiérelos –a
los sentidos- tornar a él y, como buen pastor, con un
silbo tan suave, que aun casi ellos
mismos no le entienden, hace que conozcan su voz y que no anden tan perdidos,
sino que se tornen a su ‘morada’. Y tiene tanta fuerza este silbo del pastor,
que desampara las cosas exteriores en que estaban enajenados y métense
en el castillo.
Es
el dulce arrastrar del Señor al discípulo, al que sumerge en su yo. Es la
atracción de la gracia de la que habla san Agustín. El texto remite a Juan 10,1-21, al pasaje del Buen Pastor y
posiblemente a Gálatas 2,20. El Rey, que está en la morada central,
ahora se hace pastor. No podemos olvidar que el Rey-Pastor de ahora, es aquel
Cristo resucitado que Teresa contempló en Vida 40,5. Teresa sigue impecable
la unidad cristológica del relato. Todo surge de ese interior donde ella vio al
Señor llenándolo de luz. El Rey, Pastor llama a sus ovejas con un silbo, que
les da a conocer su voz.
Y aquí habría que recurrir al evangelio
de Juan, 10,3-4.14ss. Ese conocimiento de la voz remite al conocimiento de la
persona. “Conocer” en la Biblia implica siempre al corazón. El entendimiento no
ha terminado su función hasta que no se ha dejado penetrar enteramente por el
corazón. “Hay más que una simple analogía entre el conocimiento que Jesús tiene
de sus ovejas y éstas, de Jesús, cuando él lo compara con la relación que él
tiene con el Padre, porque el amor del Padre y del Hijo es la fuente misma del
conocimiento y del amor de Jesús y los suyos”[10].
Teresa hablará de ese silbo que conduce
a la voz. Esa voz es portadora de una llamada. Se trata indudablemente del seguimiento al que se refiere Juan.
Teresa ya nos había hablado del seguimiento en las terceras moradas,
que indudablemente coincide con el seguimiento de Jesús de los sinópticos; éste,
al que ahora nos estamos refiriendo, tiene parecidos con el de Juan, al que los
autores sitúan en estadios superiores. Con toda seguridad la Santa desconocía
estas disquisiciones, pero su fina intuición bíblica le permitía situar los
textos de manera certera. En las cuartas moradas
Teresa nos presenta su seguimiento al estilo del cuarto Evangelio. La
fascinación de Jesús arrastra al discípulo.
Y al igual que las ovejas se recogen en
torno a Cristo, ahora lo harán los sentidos. Se acercan a él metiéndose en
el castillo. No llegan a la morada
principal, pero ya están en el ámbito de Cristo, no digo redil, porque Juan se
opone a usar esta palabra[11], por
la gran libertad y anchura de ser que allí se produce. Esto hace que las cosas
exteriores no les digan nada y corran presurosas a Cristo: Desamparan las
cosas exteriores en que estaban enajenados y métense en el castillo (3M
3,2).
Ahora Teresa nos hablará de otra llamada que toca
la afectividad del discípulo que queda de alguna manera absorbida por la del
Maestro. Es la oración de quietud que Teresa define así:
Estotra
fuente, viene el agua de su mismo nacimiento, que es Dios, y así como Su
Majestad quiere, cuando es servido hacer alguna merced sobrenatural, produce
con grandísima paz y quietud y suavidad de lo muy interior de nosotros mismos,
yo no sé hacia dónde ni cómo, ni aquel contento y deleite se siente como los de
acá en el corazón -digo en su principio, que después todo lo hinche-, vase
revertiendo este agua por todas las ‘moradas’ y potencias hasta llegar al
cuerpo.
El tema del agua Teresa siempre lo refiere al
relato de la Samaritana de (Jn 4, 1ss) o a las palabras de Jesús en la fiesta
de las tiendas (Jn 7,37-39). En ambos se hace alusión al crecimiento del agua
hasta desbordar. Los dos relatos están íntimamente correlacionados en el
evangelio de Juan.
El último estadio del agua viva se convierte en la
proclamación de Jesús, en la solemnidad de los Tabernáculos, en el Espíritu
Santo que recibirán de él los creyentes. El contenido de la experiencia
teresiana hay que relacionarlo más bien en este momento con el agua de la
Samaritana. Conviene no olvidar que ya dijimos, hablando de las primeras
moradas, que, entre las realidades que Teresa detectaba, en el centro del
yo había una fuente, que allí identificábamos con Cristo. La fuente ahora se
desborda e inunda toda la persona. Esta misma fuente la veremos en sextas
moradas (5,3) convertida en mar, donde apenas consigue
bogar la navecica del alma por la impetuosidad de las olas, que más
adelante se convertirán en un abismo donde quedará totalmente sumergida (7M
2,8).
No es necesario decir que en ese centro donde surge
ahora el manantial ha situado Teresa a Cristo (7M 2,2). Cristo, pues, es la
fuente que inunda todo el ser.
Cristo es el agua de la oración de quietud, y de la
que brota incontenible en el sueño de las potencias (V 16,1, cf. 4M 3,11).
Crece el pozo de la Samaritana, que se hará una fuente que llega hasta niveles
de vida eterna, crece el seno del cristiano inundado por los torrentes de
Cristo. Quizás esto es
lo que se quería decir en el libro de los Números 21,14, en el famoso canto del
pozo: “Entonces Israel entonó este
Cántico: ¡desborda, pozo! Cantadle”
La
posible alusión a la Samaritana o a las fiestas de las Tiendas sitúa el pasaje
en profundo contexto de seguimiento joánico, con la invitación concreta a
saciar la sed que agosta el corazón humano. Así el Rey-Pastor, como el del salmo 23, ha conducido su rebaño a las
fuentes tranquilas, que son él mismo, ha llevado a sestear y abrevar a sus
ovejas a sí mismo.
Pero otra experiencia de esta morada nos
hará descubrir que el Rey y el Pastor se convierten en el Esposo del alma. Así
ella, al igual que Juan, siembra de títulos cristológicos sus relatos,
presentando la figura de Jesús desde perspectivas atrayentes, bíblicas, y
sugeridoras de saciar las ansias del corazón. He aquí la referencia:
Entiende
una fragancia –digamos ahora- como si en aquel hondón interior estuviese un
brasero adonde se echasen olorosos perfumes. (4M 2,6). Son los
perfumes del novio del Cantar: ¡Qué suave el olor de tus perfumes/ Tu
nombre, aroma penetrant” (Ct 1,3). También estos perfumes se sentirán con
más intensidad en sextas moradas.
Las cuartas moradas en su doble modalidad
manifiestan la gracia del seguimiento en forma pasiva, que no se suele tener en
cuenta de manera expresa cuando se habla de las llamadas evangélicas¸ en la que
ciertamente se tiene presente que la iniciativa parte del Señor, pero enseguida
se recalca la respuesta activa que debe dársele. Aquí la llamada y la respuesta
son de él. Con toda propiedad podríamos considerar ya este estadio teresiano
como mística vocacional.
5.
Quinta Morada: “Matando muerte, en vida la has trocado”. La oración de unión
La
experiencia de unión consiste desde el punto de vista psicológico en que Dios
ya no sólo se hace presente en el entendimiento (recogimiento), ni sólo en la
voluntad (oración de quietud), sino que llega a la fantasía y absorbe también
las otras dos facultades (5M 1,4). Entendimiento, voluntad e imaginación quedan
presas en Dios. El hombre queda profundamente centrado en lo divino. En fin,
con frase de Teresa, es como quien ha
muerto al mundo para vivir más en Dios (5M 1,4).
La
Santa describe esta oración como una mirada de Dios sobre el alma, pero una
mirada fija, arrebatadora, penetrante, que ya nunca se puede olvidar, de
ensueño divino: Fija Dios a sí mismo en
el interior de aquel alma, -afirma- (5M 1,9). El Señor ha terminado de
absorber al seguidor en sí mismo y, como también veremos, en los hermanos.
Teresa introduce aquí el precepto del amor al hermano como un elemento
constituyente de este estadio y discernidor a la vez. De tal modo esto es así
que el precepto del amor al prójimo, llevado a cabo, introduce a la persona en las moradas quintas; no hace falta ninguna
otra experiencia.
Que
esta mirada de Dios sea la de Cristo se evidencia, porque aludirá a ella en las
sextas moradas y allí la identifica
con la del Señor. Así el Señor recoge todas las potencias del hombre en él. Es
una mirada que enamora:
Un arrancamiento del alma de todas
las operaciones que puede tener estando en el cuerpo, deleitosa (5M 1,4).
Y
todo esto está aconteciendo en lo profundo del ser, que ella denomina “la
bodega del Cantar” (5M 1,13), “el cenáculo”, donde se hizo presente Cristo
resucitado, cerradas las puertas (5M 1,13), o “el sepulcro del resucitado” (5M
1,13). No sólo cristologiza la bodega,
también lo hará con la misma experiencia de la morada ayudándose de la figura del gusano de seda y su proceso.
Dice:
Comienza a labrar la seda y edificar
la casa donde ha de morir. Esta casa querría dar a entender aquí, que es
Cristo. En una parte me parece he leído u oído que nuestra vida está escondida
en Cristo u en Dios
–que todo es uno- o que nuestra vida es
Cristo (5M 2,4). Y así Cristo mismo se convierte en nuestra morada: Que Su Majestad mismo sea nuestra ‘morada’ –añade- (5M 2,5).
El
seguimiento de Jesús termina así en unidad con él; ya no se camina detrás, se
va con él. Teresa ahora se para un momento a considerar los deseos de
apostolado que están surgiendo de esta alma, y salta a los de Cristo así como a
sus sufrimientos por las ofensas que se hacían a su Padre, que ella juzga que
serían más atroces que los de su misma Pasión (5M 2,14). Aquí surge el
verdadero apostolado del seguidor de Jesús.
La
unión mística o regalada, como la llama también, tiene otra correlativa,
que puede ser de mucho consuelo para aquellos que creen que en su vida no se ha
dado la experiencia mística. Se trata de la unión de voluntad (5M 3,7)
que, a juicio de Teresa, produce la misma densidad religiosa que la otra, y que
es la que ofrece mayor seguridad (5M 3,3). Y aquí nuestra mente se dispara a la
otra Teresa, a la de Lisieux. Según Teresa, en la unión de
voluntad consiste la perfección evangélica (Mt 5,48), que es lo mismo que Jesús
pidió al Padre para nosotros: que
fuéramos uno con él y con el Padre (Jn 17, 22) [5M 3,7).
Hay
aquí un recuerdo de la famosa petición del Padrenuestro y de la aceptación de
la voluntad de Dios por parte de Jesús a lo largo de los evangelios, pero sobre
todo en Getsemaní (5M 3,7).
Esta
unión se resume para Teresa principalmente en el precepto del amor, en la doble
línea de la primera Carta de Juan, deteniéndose largamente en su explicación. Podíamos
concluir su pensamiento con estas palabras: Si
entendieseis lo que nos importa esta virtud –la caridad fraterna-, no traeríais otro estudio (5M 3,10). Y
curiosamente, nos recuerda aquí la oración sacerdotal en la que Jesús pide al
Padre la unidad de los suyos (5M 3,7).
Finalmente,
comienza a orientar el discurso por la imagen del matrimonio, de claro signo
bíblico, sobre todo del Cantar: Ya
tendréis oído muchas veces que se desposa Dios con las almas espiritualmente
(5M 4,3).
En
el estadio presente no tendrá lugar todavía lo que Teresa denomina desposorio
(6M), ni matrimonio (7M); se trata del primer encuentro que produce el
enamoramiento (5M 4,4); vengan a vistas
(5M 4,4). Se trata de la preparación inmediata para el desposorio y este tiene
como término de referencia a Jesucristo. La morada
entera, pues, en todos sus extremos, se asienta en él. El seguimiento, que en
esta morada tiene la forma de unión
de voluntades, va a adquirir enseguida la unión en foma nupcial, que según las
Escrituras es una de las más profundas, El seguimiento se convierte así en
experiencias indecibles del otro. La meta de todo seguimiento, desde donde el
discípulo, con Jesús y desde Jesús, convierte y atrae al mundo. El seguidor
está tocando las raíces de la vida y las fuentes del apostolado. Ahí comienza
de verdad a ser fecundo. Sólo desde aquí colabora a que todos sean uno con
Jesús, como acabamos de ver que pide Teresa.
6. Sexta Morada: Con Cristo en
Dios mediante su Pasión y su Pascua. El espacio más extenso vivido por Santa
Teresa.
Las
sextas moradas ocupan ellas solas tantas páginas como las restantes
juntas. Esto deja entender la importancia que para Teresa tuvo este período de
la vida espiritual. En
ellas aborda el tema del “desposorio místico” o “período iluminativo” que, a
estas alturas de la reflexión, no hace falta señalar que tiene lugar con la
persona de Jesús, el Cristo resucitado.
Tres capítulos -7, 8 y 9- están
dedicados por entero a Cristo:
El capítulo séptimo es importantísimo; está en un parangón con el capítulo
22 del Libro de la Vida. Este
capítulo aborda el sentido de la Humanidad de Cristo en la vida espiritual.
Tema polémico entonces. Ella, apoyada en su experiencia, en textos de la
Sagrada Escritura (Jn
14,6; 8,12; 14, 9) y en el testimonio
de los santos (6M 7,6), adoptó
una postura radical, separándose de las corrientes místicas que imperaban
entonces.
Había una opinión que venía desde el Pseudo
Dionisio, en el siglo V -cuyas obras tuvieron una amplia influencia en
la escolástica europea medieval- según la cual se afirmaba que, para llegar a la
mística había que prescindir de toda imaginación corpórea. Esto lo leyó Teresa
en el “Tercer abecedario” de Francisco de Osuna y al principio no cayó en la
cuenta pero, según pasó el tiempo, vio que contradecía su experiencia porque,
si en nuestro progreso de ir hacia Dios en la oración, tenemos que evitar toda
imagen para llegar al silencio interior, entonces no puede entrar Jesucristo
como hombre; puede entrar como Dios pero no como hombre.
Teresa afirmará sin reservas que Jesucristo en su
Humanidad y Divinidad es la fuente de la mística. Su presencia debe ocupar
todos los espacios de la vida espiritual (6M 7,15). Esto quiere decir que no
hay posibilidad de encuentro con Dios, si no es a través de Jesucristo. El
capítulo séptimo de las sextas moradas pone de relieve que el ascenso
místico se realiza teniendo presente a Jesús en todo el tramo espiritual. Es
otra forma de seguimiento, como veremos.
En los capítulos ocho y
nueve confirmará estos asertos haciendo ver cómo Jesucristo a través de
apariciones intelectuales e imaginarias llena de luz y de vida el camino
místico. Las apariciones de Jesucristo, tanto las intelectuales como las
imaginarias, tienen como fin hacerle ver al discípulo la realidad del maestro
para ver si quiere seguirle.
Estos tres capítulos son fundamentales en el libro
de Moradas y fijan la
estructura crística de las sextas moradas.
A ellos habría que añadir el
tercero, que se refiere a las hablas, que, junto con las visiones acompañarán
su trayecto místico. Aquí en sextas moradas descubrirá que el que le
hablaba casi siempre era Cristo (6M 8,2).
Estas palabras son entendidas “en el Espíritu de verdad”. (6M 3,16). El
capítulo cuarto narra el
desposorio que se realiza con Jesucristo. Los capítulos cinco y seis son derivaciones de la experiencia de
desposorio que se expresa en percepciones altísimas de Dios y de la Santa
misma, que ella va a denominar joyas del Amado. Los restantes capítulos como
veremos quedan transidos de Cristo y tensionados hacia él. Cuando decimos
Cristo se incluye siempre su Humanidad.
Dicho esto veamos cómo se desarrolla el proceso
crístico a lo largo de estas sextas moradas. Se pone en movimiento
porque el alma se siente herida por Cristo (6M 1,1). La herida es efecto de
aquella mirada que la enamoró en las quintas; la tensión amorosa cobra aquí un
nivel de vértigo por los requiebros, que desde el fondo del ser, donde le hemos
contemplado tantas veces, envía el Esposo (6M 2,1).
Estos requiebros tan vivos, antes, silbos del
Pastor, terminan por convertirse en hablas. Son dice Teresa unas hablas con
el alma de muchas maneras (6M 3,1), alcanzan y penetran todas las zonas del
yo, y traspasan el alma como luces incandescentes y amores de fuego. Baste
decir que aquella fuente que veíamos en el fondo del yo, ahora se hace mar (6M
5,3).
El alma no resiste tantos ímpetus y cae en profundo
arrobamiento. En medio de uno de ellos tiene lugar la alianza de desposorio (6M
4,2). La experiencia se deja sentir de muchas maneras. Una se refiere a las
centellas que brotan de aquel centro de los perfumes, que hieren y abrasan en
amores de Cristo, purificando y disponiendo para la unión.
Desde esta profunda experiencia cristológica
extenderá su mirada a la historia de salvación (6M 4,6-7) que se va a consumar
después en Jesucristo, y comprenderá lo de Moisés en la zarza y lo de la escala
de Jacob. Como ya dijimos, en los
capítulos cinco y seis Teresa recibe experiencias muy intensas, que ella
denominará joyas del Esposo (6M 5,11). Una de ellas constituye un gozo muy
especial, que se deja sentir en todas las zonas del ser como si todas cantaran
un cántico nuevo entre aromas y melodías extrañas (6M 6,10). Es la experiencia de la persona de
Jesús en la humana, a la que envuelve con su Espíritu.
A continuación Teresa explicita las visiones
intelectuales en las que Cristo está junto a ella sin poderlo dudar; es una
presencia que se impone, es más fuerte que ella, en ocasiones la percibirá por
espacio de un año, sin interrupción (6M 8,3). En las imaginarias contemplará su
figura, pero entre unos esplendores que no son de este mundo, es la luz del
Cristo glorioso (6M 9.1ss).
En medio de estos resplandores el Señor la ascenderá
a la Divinidad misma, donde verá todas las cosas en Dios y descubrirá la verdad
(6M 10,2-3.6). Esa verdad le recordará la pregunta de Pilato a Jesús (Jn 18,38)
y la invitará a andar en verdad (6M 10,7). Pero antes nos hará un resumen de
sus visiones cristológicas:
De
muchas maneras se comunica el Señor al alma con estas apariciones, algunas
cuando está afligida, otras cuando le ha de venir algún trabajo, otras para
regalarse Su Majestad con ella y regalarla (6M 10,1).
Habla también Teresa de una doble noche oscura.
Casi todas sus observaciones serán recogidas por san Juan de la Cruz.
La primera, la del
capítulo primero, se referirá a la oscuridad de Dios. Podemos resumirla en
estas palabras:
Porque
son muchas las penas, que la combaten con un apretamiento interior de manera
tan sentible e intolerable que yo no sé a qué se puede comparar, sino a las que
padecen en el infierno porque ningún contento se admite en esta tempestad (6M
1,9).
Es la comunión con la Pasión del Señor en vísperas
de la Resurrección plena. También al seguidor se le da a gustar las angustias
de Cristo.
La otra noche le
presenta un Dios inalcanzable. Siente deseos indescriptibles, pero no puede
llegar a él, una soledad extraña (6M 11,5). Escribe angustiada:
Abrasada
con esta sed y no puede llegar al agua y no sed que pueda sufrir, sino ya en
tal término que con ninguna se le quitará, ni quiere que se le quite, sin no es
con la que dijo nuestro Señor a la Samaritana y eso no se lo dan (6M
11,5).
Las sextas
moradas tan llenas de luz y de noches, dejan al alma sedienta de Cristo. Él
está al lado de estas almas que se han atrevido a aceptar el cáliz del Señor
[6M 11,12]. Se le hace ver en esta noche el misterio de Dios y de Cristo, que sólo
es alcanzable desde la gracia.
Las sextas moradas es la penúltima etapa de
seguimiento. Nos retrotrae de alguna manera a las experiencias pascuales de los
discípulos, con experiencias también de su Pasión. En estas moradas todo
sabe a Cristo.
7. Séptima
Morada: Con la humanidad de Cristo
en la vida trinitaria. Matrimonio místico o la alianza nueva con el Señor
Y llegamos a las cumbres; al don del matrimonio, al
que preceden algunas gracias singulares. Recordamos entre ellas, que el alma
alcanza el centro del yo (7M 1,3), la morada central, donde reside el
Rey y, cayéndosele las escamas de los ojos, como a Pablo, contempla el
misterio de la Santísima Trinidad (7M 1,3). Es como si las otras personas
quisieran intervenir también en la realización de estas nupcias cristológicas.
En las séptimas moradas el seguimiento alcanza su meta. La
persona se transforma en Cristo o se une a el plenamente; según otra
terminología alcanza “el matrimonio místico”. En esta experiencia gusta el
misterio trinitario. Entra en otra esfera, Hasta aquí le ha conducido la persona
de Jesús.
La gracia del matrimonio no es algo que acaezca
sólo una vez. La primera se realiza por visión imaginaria, después ya siempre
tendrá lugar mediante la intelectual (7M 2,3). La primera vez sucedió dentro de
la celebración de la Eucaristía (7M 2,1); y se le representó el Señor Después
de comulgar con forma de gran resplandor, hermosura y majestad, como después de
resucitado (7M 2,1). Mística, liturgia y pascua. Mística, pues,
esencialmente cristiana. Desde aquí se evidencia la distancia en que se sitúa
la mística teresiana de la mística general.
Sus escritos llamados Cuentas
de conciencia que son como un diario que ella hizo para sí misma y para
entregar a sus confesores, pensando que eso no se iba a publicar. Ahí se la ve
con mucha libertad y “desparpajo” para contar lo que le está pasando. Son
escritos preciosos, donde encontramos una exposición muy grande de la
experiencia trinitaria, en la cual tiene lugar este encuentro con Cristo que
tiene su culmen en la Eucaristía el 28 de Noviembre de 1572 en la Encarnación de
Avila, celebrando la misa San Juan de la Cruz, quien siempre está presente en
los momentos cumbres de santa Teresa. No sucedió estando retirada, rezando algo
particular… sino que fue precisamente en la eucaristía donde llegó a lo más
alto, que es lo que se llama “transformación en Dios o matrimonio
espiritual” Entonces tuvo lugar la
aparición de tipo pascual. Y allí en el centro del alma el Señor pronuncia las
palabras de la alianza:
Entonces
representóseme por visión imaginaria, como otras veces, muy en lo interior, y
dióme su mano derecha, y díjome: «Mira este clavo, que es señal que serás mi
esposa desde hoy. Hasta ahora no lo habías merecido; de aquí adelante, no sólo
como Criador y como Rey y tu Dios mirarás mi honra, sino como verdadera esposa
mía: mi honra es ya tuya y la tuya mía». (CC 35)
Para
expresar la unión con Jesucristo y a través de ésta la unión resultante con el Padre, así como la paz
profunda que de ahí se produce, Teresa acude a algunos textos evangélico-cristológicos
de gran densidad.[12] Estos elementos nos hacen ver una vez más
que la mística teresiana es una mística bíblica, del seguimiento y eclesial. De
ahí que no puede identificársela con el concepto de mística universal, Es el
término normal de un seguimiento radical.
Santa Teresa sintió que se cambiaba por dentro. Las
comparaciones de las que a continuación se servirá para expresar el resultado
de este acontecimiento expresan que la unión entre ella y Cristo es total (7M
2,6).
Aunque en séptimas moradas se habla de la
experiencia trinitaria, no constituye ésta el centro del discurso, que lo
ocupará la gracia del “matrimonio espiritual” (7M 2,1), con la que hemos
alcanzado la transformación en Cristo. Ésta debe ser comprendida teniendo en
cuenta las experiencias trinitarias anteriores y subsiguientes al matrimonio.
Obviamente, de la transformación en Cristo se
deriva para Teresa la participación en sus sentimientos (7M 3,2-6). Entre ellos
conviene destacar la ternura hacia el enemigo, y el orientar toda la existencia
en ayudar al Crucificado. (7M 3,4). Ya no tiene otros deseos. Hasta ahora para Teresa sú único deseo era
Dios, verle, estar con él… “Vivo sin vivir en mí y tan alta vida espero que
muero porque no muero”. Pero se dio cuenta de que eso era imperfecto. Ahora
su voluntad está plenamente identíficada con la de Dios. Es que la
mariposilla que hemos dicho muere, y con grandísimo gozo, porque su vida es ya
Cristo (6M 3,1), afirmará Teresa, quien
dedica unos cuantos números (7M 3,7-15) a describir la paz cristológica del
alma.
Se
dan momentos de cruz, que pasan presto·como un ola, algunas tempestades, y
torna bonanza, que la presencia que traen del Señor les hace que luego se les
olvide todo. (7M 3,15). A
pesar de tantas gracias, andan muchas veces que no osan alzar los ojos, como el
publicano. (Lc 18.13)
Alguien pudiera preguntarse el porqué de tantas
gracias a determinadas personas. A Teresa no se le ocurre otra respuesta que la
de predisponerles para poder imitar a Jesús en su Pasión. Dice:
Y
así tengo yo por cierto que son estas mercedes para fortalecer nuestra flaqueza
y poderle imitar en el mucho padecer (7M 4.4).
E invita al seguidor a ir por el camino que el
Señor fue, y también fueron sus santos (7M 4,12). Y a continuación pone como
modelo de cristianismo a Marta y María (7M 4,14-15), dos seguidoras
cualificadas de Jesús. Las gracias están orientadas a que el seguimiento sea
pleno. Contemplación y acción, las dos cosas forman una unidad tan grande que
se pueden mirar por una parte o por otra…
“Contemplación en la acción, acción en la contemplación”; Teresa une las
dos cosas.
Y casi al final del último capítulo estampa su
autora aquel grito: Poned los ojos en el Crucificado (7M 4,9), palabras,
que indudablemente hacen inclusión con aquellas de la primera morada que
remiten a Hebreos, 12-2: Fijos los ojos en Cristo (1M 2,11).
Este final de Moradas nos hace ver que el
discurso teresiano se dirigía a describirnos el proceso de inmersión en Dios,
que ella entiende como un camino de seguimiento calcado de los evangelios. En Moradas
se explican los procesos normales que acontecen en el servidor que es radical
en el seguimiento del Señor. La experiencia mística teresiana como hemos visto,
está empapada de Biblia. Al relatarla, Teresa lo ha hecho por instinto
cristiano al estilo de la teología evangélica.
Muchas gracias
[1] En 1M
2,5 habla también de la fuente “donde
está plantado este árbol de nuestras almas y de este sol”.
[3] Cf. no obstante 1M 2,5.
Este texto habla de la virtud de la humildad. En ningún caso puede referirse la
Santa a él en el pasaje citado.
[4] Teresa compara sus
obras: Vida y Moradas a dos joyas. Aunque cree que Moradas es superior a Vida.
Carta 212, 10; 6ª edic. de BAC. A Gaspar de Salazar {Granada] 7 de
diciembre de 1577).
[6] Socratismo
esencialmente cristológico. Conócete a ti mismo desde Cristo o, mejor, en
Cristo.
[7] No se trata de voces místicas, sino
que son las voces de los compañeros, del predicador, de la Iglesia… voces de la
comunidad, que se distinguen como llamadas por las cuales Dios nos está
avisando.
[8] Los capítulos segundo y tercero están un tanto
entremezclados. Por eso los estudiaremos juntos comenzando por la primera parte
del tercero. Teresa describe primero la oración de quietud (cap 2), pero al
comenzar el tercero dirá que antes de la quietud se da una oración que se
denomina recogimiento (3,1-8). La describe y continúa después con los efectos
de la oración de quietud (3,9ss), de la que habló en el capítulo 2.
[10] S.
Castro Sánchez, Evangelio de Juan. Comentarios a la nueva Biblia de
Jerusalén. Desclée 2008. Evangelio de Juan. Comprensión
exegético-existencial. Desclée, 32005
[12] Lc 7,50; Jn
17,20-21.23; 20, 19-21.