LA COMUNIÓN
FRATERNA OCDS EN LA ALEGRÍA DEL
EVANGELIO
OCDS – Provincia S.
Joaquín de Navarra - Vitoria, 24 de mayo
de 2014
Antes de más, os agradezco esta ocasión que me ofrecéis de
poder estar con vosotros en este día y compartir algo de vuestro camino. Es una
ocasión importante para la Provincia del Carmelo Seglar de Navarra: las
elecciones del nuevo Consejo Provincial. Es un momento de gracia y de fraternidad entre las personas y Comunidades,
con la misma vocación y que forman la Provincia, y que son responsables por ser
señal del Carmelo teresiano en medio del
mundo. Al mismo tiempo, les traigo los saludos en el nombre del P. General, y
también de nuestras Hermanas Carmelitas Descalzas, que están unidas
espiritualmente a nosotros, bien como de otras Provincias del Carmelo Seglar
que me piden que os salude en su nombre (de Italia, Argentina, Venezuela, Peru,
Chile, Brasil…).
Que la Luz del
Espirito Santo os ilumine y la Virgen Santísima, hoy celebrada como Auxilio de
los cristianos, interceda por nosotros en este encuentro. A Ella nos
encomendamos: “Dios te salve María…”
………………………………………………….
El título elegido para esta charla tiene un doble
objetivo: presentaros el capítulo 3B de
las Constituciones de la Orden Seglar sobre la Comunión fraterna y buscar
hacer un puente de éste con la Exhortación apostólica Evangelii Gaudium (= EG) de papa Francisco (24.11.2013), para resaltar
la importancia y la necesidad de vivir la fe cristiana en Comunidad, como ayuda
mutua para “hacerse espaldas” y ofrecer así sustento para ejercer la misión en medio del mundo.
Creo que ésta es la gran llamada que la Iglesia nos
hace hoy: el testimonio de amor fraterno en las comunidades cristianas siempre
atrajo otras personas a vivir el mismo ideal, pues fuimos creados para la
Comunión: “El misterio mismo de la Trinidad nos recuerda que
fuimos hechos a imagen de esa comunión divina, por lo cual no podemos
realizarnos ni salvarnos solos” (EG 178). Del mismo modo, cada uno está llamado a vivir su misma vocación y misión:
“yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en
este mundo. Hay que reconocerse a sí mismo como marcado a fuego para esa misión
de iluminar, bendecir, vivificar, levantar, sanar, liberar. Allí aparece la
enfermera de alma, el docente del alma, el político del alma, esos que han
decidido a fondo ser con los demás y para los demás” (EG 273).
Así, el testimonio de comunión
fraterna de cada Comunidad es ya proclamación del Evangelio, como nos recuerda
CfL 32 y el n. 24d de las Constituciones.
1. La comunión fraterna en la Orden Seglar
La
vocación cristiana es un hecho personal que empuja a vivir con los otros,
llamados a la misma vocación. El fundamento de su identidad es la imagen del
Dios-Trinidad en la persona, ser social por naturaleza, llamado a vivir y
servir en sociedad con otros seres humanos[1].
En éste sentido dice Papa Francisco: “… una persona … conserva su peculiaridad
personal y no esconde su identidad, cuando integra cordialmente una comunidad,
no se anula sino que recibe siempre nuevos estímulos para su propio desarrollo”
(EG 235)
Desde nuestras
leyes, la
inserción de un fiel cristiano en la vida de una Comunidad de la Orden seglar requiere
un proceso gradual de unos 6 años. La Comunidad, mediante sus responsables,
acoge y forma los nuevos miembros (cf. Ratio
ocds 28). Éstos poco a poco van siendo inseridos en la vida de la misma.
Para esto es necesario la confianza, la apertura, la capacidad de diálogo y
otras cualidades humanas que son fundamentales para una vida en común con
otros, aunque solo se encuentren por algunas horas de 1 a 4 veces en el mes. Durante esos encuentros se
trata de vivir la propia verdad y a manifestar ante los otros la pobreza y las
cualidades, los límites y las fuerzas… Y esto no es fácil… Pero son justamente las debilidades las que nos hacen
capaces de compartir. Y donde existe el
amor es posible compartir lo que uno es y tiene. Lo contrario sería una búsqueda ascética y
egoísta de la perfección. Por eso, más que compartir cosas, la Comunidad es donde
comparto mis debilidades con los hermanos/as y sigo “llevando el peso unos de
los otros” (Gál 6,2) y con ellos puedo llorar y también alegrarme. Sólo en la comunión con los otros a la luz de
la fe en Cristo uno se humaniza; y es esto lo que abre al futuro…
El
Definitorio de la OCD de
Ariccia (Italia) del mes de septiembre del 2011, en su mensaje final decía que uno
de los retos que tenemos en nuestras comunidades, tanto Frailes, como Monjas y Seglares
es el “formar comunidades teresianas que sean lugares de auténtico crecimiento
cristiano y espiritual y de irradiación de la verdad y la belleza que en ellas
se experimentan”. Y como
medio para esto, recuerda las virtudes basilares para la oración de Santa
Teresa, vividas en concreto: la humildad, el desasimiento y el amor fraterno.
Son las que permiten centrar la vida de
cada uno y de todos en la persona de Jesucristo, único fundamento de la
Comunidad.
Las Constituciones de la OCDS, en el capítulo III – B, hablan de “La
comunión fraterna”. El texto fue aprobado en 7 enero 2014 por la CIVCSVA. El
texto, como sabemos, es el resultado de las reflexiones de Comunidades y
Provincias en el primer semestre de 2013, que fueron aprobados por el
Definitorio General de septiembre de 2013 y enviados a la Congregación de los
Religiosos para aprobación. Es una respuesta a la necesidad del tema de la
comunidad en las Constituciones OCDS y también una respuesta a la eclesiología del
magisterio post conciliar según la espiritualidad de S. Teresa: al fundar el
nuevo Carmelo, quería que las hermanas se ayudaran mutuamente para servir mejor y ser agradables
a Dios y apoyarse unas a otras en la búsqueda de Dios al servicio de la
Iglesia.
Seguiremos ahora el texto del capítulo 3B de las Constituciones,
haciendo algunas referencias a los textos de las notas a pie de página con
algunos comentarios.
III
– B - LA COMUNIÓN FRATERNA
24-a) La
Iglesia, familia de Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, es misterio de
comunión[2].
De hecho, Jesús ha venido entre nosotros para revelarnos el amor trinitario y
la vocación a participar en la comunión de amor con la SS. Trinidad, a la cuál
es llamada cada persona humana creada a Su imagen y semejanza (cf.: Gn
1,26-27). En la luz de este misterio se revela la verdadera identidad y
dignidad de la persona en general, y en particular de la vocación de cada uno
de los cristianos en la Iglesia[3].
De naturaleza espiritual, la persona humana se realiza y madura en el ser
en relación auténtica con Dios y también
con otras personas[4].
Por lo tanto, la
Comunidad local de la Orden Seglar del Carmelo Teresiano, señal visible de la
Iglesia y de la Orden[5],
es un ámbito para vivir y promover la comunión personal y comunitaria con Dios
en Cristo en el Espíritu y con los otros hermanos (cf.: Rm 8,29) según el carisma teresiano. La persona de Cristo es el
centro de la Comunidad. Los miembros se reúnen periódicamente en su nombre
(cf.: Mt 18,20), inspirándose en el
grupo formado por Él y los doce Apóstoles (Cf. Mc 3,14-16.34-35)[6]
y en las primeras Comunidades cristianas (cf.: Hch 2,42; 4, 32-35). Buscan
vivir en la unidad pedida por Jesús (Jn 17,20-23) y en su mandamiento de amar
como Él les ama (Jn 13,34). Prometen tender a la perfección evangélica[7],
en el espíritu de los consejos evangélicos, de las bienaventuranzas (Mt 5,1-12)
y de las virtudes cristianas (cf.: Col 3,12-17; Flp 2,1-5), conscientes que
esta realidad de comunión es parte integrante de la espiritualidad carmelitana.
24-b) S.
Teresa de Jesús comienza un nuevo modelo de vida en Comunidad. Su ideal de vida
comunitaria se basa en la certeza de fe que Jesús Resucitado está en medio a la
Comunidad y que esa vive bajo la protección de la Virgen María[8].
Es consciente que ella y sus monjas
están juntas para ayudar a la Iglesia y colaborar con su misión. Las relaciones fraternas están
marcadas por las virtudes del amor verdadero, gratuito, libre, desinteresado;
del desasimiento y de la humildad. Son virtudes fundamentales para la vida
espiritual que traen la paz interior y
exteriormente[9].
Teresa es consciente de la importancia de la ayuda mutua en el
camino de la oración y de la importancia de
la amistad con otros en la búsqueda común de Dios[10].
Para la vida en fraternidad considera también fundamental la cultura, las virtudes humanas, la dulzura, la empatía, la prudencia,
la discreción, la sencillez, la afabilidad, la alegría, la disponibilidad y el
andar “en verdad delante Dios y de las gentes”[11].
La doctrina de S. Juan
de la Cruz apunta a la unión con Dios por medio de las virtudes teologales[12].
Partiendo de este principio, el Santo ve el efecto purificador y unificador de
las virtudes teologales también en la vida fraterna. En particular el amor
activo para con los demás: «Adonde no hay amor ponga amor y sacarás amor»,
porque así hace el Señor con nosotros: ama y capacita para amar[13].
24- c) El fiel
cristiano comienza a formar parte de la Orden Seglar por medio de la promesa
hecha a la Comunidad ante el Superior de la Orden[14].
Con la promesa se compromete a vivir en
comunión con la Iglesia, con la Orden, con la Provincia sobre todo con aquellos que forman
parte de la Comunidad, amándolos y estimulándolos en la práctica de las
virtudes[15].
En las Comunidades más pequeñas[16] es posible establecer una
verdadera y profunda relación de amistad humana y espiritual, de apoyo mutuo en
la caridad y humildad.
S. Teresa de Jesús valora la ayuda del
otro en la vida espiritual: la caridad crece con un diálogo respetuoso, cuya
finalidad es la de conocerse mejor para ser agradable a Dios[17]. Los encuentros de la Comunidad se desarrollan en un clima fraterno de diálogo y de
intercambio[18].
La plegaria, la formación y el ambiente alegre son fundamentales para
profundizar las relaciones de amistad y garantizar a todos el soporte mutuo en
el vivir cotidianamente la vocación laical del Carmelo Teresiano en la familia,
trabajo y otras realidades sociales. Por eso es necesaria una participación
asidua y activa en la vida y encuentros de Comunidad. Las ausencias son admitidas solo por motivos
serios y justos, evaluados y concordados con los responsables. Los Estatutos
particulares establecerán el tiempo de ausencia injustificada, más allá del
cual un miembro será considerado
inactivo y pasible de dimisión de la Comunidad.
24-d) La
responsabilidad formativa de la Comunidad y de cada cual[19]
requiere que cada uno de los miembros se comprometa en la
comunión fraterna, en la convicción que la espiritualidad de la comunión[20]
desempeña un papel esencial en la profundización de la vida espiritual y en el
proceso educativo de los miembros. La vida eucarística y de fe[21],
la escucha de la Palabra de Dios[22]
hacen crecer y sustentan la comunión.
La autoridad local de la
Comunidad cumpla su servicio en la fe,
caridad y humildad (Cf. Mt 20,28; Mc 10,43-45; Jn 13,14). Favorezca
la convivencia familiar y el crecimiento humano y espiritual de todos los
miembros. Empuje al dialogo, al sacrificio personal, al perdón y la
reconciliación. Evite cualquier apego al poder y personalismo en el desarrollo
de su cargo.
La oración de unos por
otros, la solicitud fraterna, también en el caso de necesidad material, el
contacto con los miembros que están lejos, la visita a los enfermos, los que
sufren, los ancianos y la oración por los difuntos son signos también de
fraternidad.
El Carmelo Seglar también
realiza y expresa la comunión fraterna a través del encuentro y la solidaridad
con las otras Comunidades, especialmente en el interior de la misma Provincia o
Circunscripción, así como mediante la comunicación y colaboración con toda la
Orden y la familia del Carmelo Teresiano.
Así, con su testimonio
de comunión fraterna según el carisma teresiano, la Comunidad del Carmelo
Seglar coopera con la misión
evangelizadora de la Iglesia en el mundo[23].
24-e) Una
Comunidad que con devoción busca a Dios, encontrará equilibrio entre los derechos
individuales y el bien de toda la Comunidad. Por lo tanto los derechos y las
exigencias de cada uno de los miembros deben de ser salvaguardados y respetados
a según de las leyes de la Iglesia[24];
pero del mismo modo los miembros deben cumplir fielmente los deberes que se
refieren a la Comunidad, según las
normativas de las Constituciones.
Para poder despedir[25]
un miembro por los motivos establecidos en el
Código de Derecho Canónico
(rechazo público de la fe católica, apartarse de la
comunión eclesiástica o estar bajo excomunión impuesta o declarada[26])
u otros previstos en los Estatutos particulares, el Consejo de la Comunidad debe de observar el siguiente procedimiento: 1) verificar la
certeza de los hechos; 2) amonestar al miembro por escrito o ante dos testigos; 3)
dejar un tiempo razonable para el arrepentimiento. Y se después de todo no hay
ningún cambio, se puede proceder al despido, una vez consultado el Provincial.
En todos los casos, el miembro tiene derecho de recurrir a la autoridad eclesiástica competente[27].
En el caso que un
miembro, después de una seria evaluación y discernimiento del Consejo de la Comunidad llegue a la decisión
de salir voluntariamente de la Comunidad, deberá hacer la petición por escrito
a la autoridad competente de la Comunidad, con la cual se comprometió a través
de las promesas[28].
De todo eso se informe al Provincial.
2.
La exhortación apostólica Evangelii
Gaudium (= EG, del 24.11.2013)
El Papa
Francisco recoge en la EG las propuestas del Sínodo de los Obispos del 2012 (7
al 28 de octubre), sobre el tema La
nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana. En la EG él
expresa las preocupaciones de los Obispos por la obra evangelizadora de la
Iglesia, y presenta 7 líneas para alentar y orientar una nueva etapa
evangelizadora, llena de fervor y dinamismo.
Éstas líneas son:
a) La reforma de la Iglesia en salida misionera.
b) Las tentaciones de los agentes pastorales.
c) La Iglesia entendida como la totalidad del Pueblo de Dios que evangeliza.
d) La homilía y su preparación.
e) La inclusión social de los pobres.
f) La paz y el diálogo social.
g) Las motivaciones espirituales para la tarea misionera. (EG 17)
b) Las tentaciones de los agentes pastorales.
c) La Iglesia entendida como la totalidad del Pueblo de Dios que evangeliza.
d) La homilía y su preparación.
e) La inclusión social de los pobres.
f) La paz y el diálogo social.
g) Las motivaciones espirituales para la tarea misionera. (EG 17)
Son temas
que deben de perfilar un estilo evangelizador en todas las tareas de la Iglesia
y en todas sus actividades. Todas deben estar marcadas por la alegría. En
el mismo tiempo quieren dirigir la acción evangelizadora en tres ámbitos: la
pastoral ordinaria; las personas bautizadas y que no viven las exigencias del
Bautismo; los que no conocen Jesucristo o siempre lo han rechazado (cf. EG
14).
En ésta labor evangelizadora, hay una
clara convicción: “todos tienen el derecho de
recibir el Evangelio. Los cristianos tienen el deber de anunciarlo sin excluir
a nadie, no como quien impone una nueva obligación, sino como quien comparte
una alegría, señala un horizonte bello, ofrece un banquete deseable. La Iglesia
no crece por proselitismo sino “por atracción” ( EG
14).
Y en este sentido, dice
palabras fuertes más adelante: “No quiero una Iglesia preocupada por ser el
centro y que termine clausurada en una maraña de obsesiones y procedimientos.
Si algo debe inquietarnos santamente y preocupar nuestra conciencia, es que
tantos hermanos nuestros vivan sin la fuerza, la luz y el consuelo de la
amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los contenga, sin un
horizonte de sentido y de vida. Más que el temor a equivocarnos, espero que nos
mueva el temor a encerrarnos en las estructuras que nos dan una falsa
contención, en las normas que nos vuelven jueces implacables, en las costumbres
donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera hay una multitud hambrienta y
Jesús nos repite sin cansarse: “¡Dadles vosotros de comer!” (Mc 6,37)” (EG 49).
En
esta labor misionera de todos los bautizados, nos recuerda que todos los miembros
de la Iglesia somos “siempre discípulos
misioneros” (EG 120), lo que significa “tener la
disposición permanente de llevar a otros el amor de Jesús y eso se produce
espontáneamente en cualquier lugar: en la calle, en la plaza, en el trabajo, en
un camino” (EG 127). En la vocación laical, cuyo lugar teológico es la índole
secular (cf. LG 31 y CfL 15), se trata de vivir la unidad entre fe y vida
en la luz de la presencia de Dios, cultivada en la oración y las tareas
ordinarias de cada día (cf. CfL 16. 59)
La
necesidad de evangelizar nace del reconocimiento de ser amado por Cristo, hecho
este experimentado en la contemplación: “La
primera motivación para evangelizar es el amor de Jesús que hemos recibido, esa
experiencia de ser salvados por Él que nos mueve a amarlo siempre más. Pero
¿qué amor es ese que no siente la necesidad de hablar del ser amado, de
mostrarlo, de hacerlo conocer? Si no sentimos el intenso deseo de comunicarlo,
necesitamos detenernos en oración para pedirle a Él que vuelva a cautivarnos. …
La mejor motivación para decidirse a comunicar el Evangelio es contemplarlo con
amor, es detenerse en sus páginas y leerlo con el corazón. Si lo abordamos de
esa manera, su belleza nos asombra, vuelve a cautivarnos una y otra vez. Para
eso urge recobrar un espíritu contemplativo,
que nos permita redescubrir cada día que somos depositarios de un bien que
humaniza, que ayuda a llevar una vida nueva. No hay nada mejor para transmitir
a los demás” (EG 264).
Por otro lado, la importancia de la formación
y de la profundización de la misión de cada uno es un proceso en camino.
“Por supuesto que todos estamos llamados a crecer como evangelizadores.
Procuramos al mismo tiempo una mejor
formación, una profundización de nuestro amor y un testimonio más claro del
Evangelio. En ese sentido, todos tenemos que dejar que los demás nos
evangelicen constantemente; pero eso no significa que debamos postergar la
misión evangelizadora, sino que encontremos el modo de comunicar a Jesús que
corresponda a la situación en que nos hallemos. En cualquier caso, todos somos
llamados a ofrecer a los demás el testimonio explícito del amor salvífico del
Señor, que más allá de nuestras imperfecciones nos ofrece su cercanía, su
Palabra, su fuerza, y le da un sentido a nuestra vida. Tu corazón sabe que no
es lo mismo la vida sin Él; entonces eso que has descubierto, eso que te ayuda
a vivir y que te da una esperanza, eso es lo que necesitas comunicar a los
otros. Nuestra imperfección no debe ser una excusa; al contrario, la misión es un
estímulo constante para no quedarse en la mediocridad y para seguir creciendo.
El testimonio de fe que todo cristiano está llamado a ofrecer implica decir
como san Pablo: «No es que lo tenga ya conseguido o que ya sea perfecto, sino
que continúo mi carrera [...] y me lanzo a lo que está por delante» (Flp 3,12-13)” (EG 121).
El objetivo de
la misión es el de la gloria del Padre: “Si
somos misioneros, es ante todo porque Jesús nos ha dicho: «La gloria de mi
Padre consiste en que deis fruto abundante» (Jn 15,8). Más allá de que nos convenga o
no, nos interese o no, nos sirva o no, más allá de los límites pequeños de
nuestros deseos, nuestra comprensión y nuestras motivaciones, evangelizamos
para la mayor gloria del Padre que nos ama” (EG 267).
Pero
esta consciencia no es claramente asumida por todos. Hay condicionamientos, de
los cuales habla en el capítulo 2 de la EG: vivimos hoy una crisis
del compromiso comunitario.
Empieza hablando de los desafíos de mundo actual en la I
parte (nn. 52-75) y en la II parte
habla de las tentaciones de los agentes
pastoral (nn 76-109). Y dentro de este apartado habla de las relaciones nuevas que genera Jesucristo
(87-92) para hacer frente a la mundanidad
espiritual (93-97) y decir no a la
guerra entre nosotros (98-101), que son algunos de los desafíos eclesiales (102-109). Veamos en primer lugar cuáles son
las tentaciones de los misioneros y
después algunos números sobre la comunión
fraterna en la EG.
2.1. Las tentaciones a la misión
Partiendo del desafío para una espiritualidad misionera (78-80), recuerda los obstáculos a ella: la “preocupación exacerbada por los espacios personales de autonomía y de
distensión, que lleva a vivir las tareas como un mero apéndice de la vida”
hecha de momentos religiosos separados de la identidad de ser “discípulos
misioneros”. Estos, que sin embargo no alimentan “el encuentro con los demás,
el compromiso en el mundo, la pasión evangelizadora”, descubre-se “en muchos
agentes evangelizadores, aunque oren, una acentuación del individualismo,
una crisis de identidad y una caída del fervor. Son tres
males que se alimentan entre sí”. Además de eso, “la cultura mediática y algunos ambientes
intelectuales a veces transmiten una marcada desconfianza hacia el mensaje de
la Iglesia y un cierto desencanto” que lleva a ocultar su identidad cristiana a
los demás (79). Como consecuencia uno
desarrolla un “relativismo práctico” que consiste en “actuar como si Dios no
existiera, decidir como si los pobres no existieran, soñar como si los demás no
existieran, trabajar como si quienes no recibieron el anuncio no existieran” y
que “suelen caer en un estilo de vida que los lleva a aferrarse a seguridades
económicas, o a espacios de poder y de gloria humana que se procuran por
cualquier medio, en lugar de dar la vida por los demás en la misión” (80).
El otro desafío es el de
la acidia egoísta (81-83); afecta a los laicos,
sacerdotes u consagrados que preservan celosamente sus espacios personales de
autonomía y “resisten a probar hasta el fondo el gusto de la misión” sin captar
su sentido más profundo y la alegría de ser una respuesta al amor de Dios que
convoca a la misión y “nos vuelve plenos y fecundos”. Tal acidia tiene su origen en proyectos
irrealizables, que no aceptan con paciencia la evolución de los procesos, en apegos a
sueños imaginados por su propia vanidad, en pérdida de contacto con el pueblo, acentuando más la
organización que las personas, en el no saber esperar y caer en “el
inmediatismo ansioso” que no tolera contradicciones, aparentes fracasos,
críticas o cruces. Todo ello desemboca en el “gris pragmatismo” de la vida de
la Iglesia y genera la “psicología de la tumba” y una “tristeza dulzona, sin
esperanza” que se apodera del corazón…
De aquí viene otra
tentación, la del pesimismo estéril (84-86), señal de
ausencia de la alegría del Evangelio y de falta de confianza en la acción del
Espíritu Santo y la gracia divina. Esta si manifiesta en la “conciencia de
derrota que nos convierte en pesimistas quejosos y desencantados con cara de
vinagre”, que es hermano de la tentación de separar antes de tiempo el trigo de
la cizaña, producto de una desconfianza ansiosa y egocéntrica” (85). También en
muchos países “se producido una «desertificación» espiritual, fruto del
proyecto de sociedades que quieren construirse sin Dios, o que destruyen sus
raíces cristianas”. Hay otros países donde “la resistencia violenta al cristianismo
obliga a los cristianos a vivir su fe casi a escondidas en el país que aman. …
También la propia familia o el propio lugar de trabajo puede ser ese ambiente
árido donde hay que conservar la fe y tratar de irradiarla” (86).
Ante este panorama
desértico, es más que nunca necesario ser “personas de fe que, con la propia
vida, indiquen el camino hacia la Tierra prometida y de esta forma mantengan
viva la esperanza. En todo caso, allí estamos llamados a ser personas-cántaros
para dar de beber a los demás. A veces el cántaro se convierte en una pesada
cruz, pero fue precisamente en la cruz donde, traspasado, el Señor se nos
entregó como fuente de agua viva. ¡No nos dejemos robar la esperanza!” (EG 86).
2.2. La importancia del testimonio de comunión fraterna en la EG
Escribe el Papa Francisco
en el n. 99 de la EG: “A los cristianos de todas las comunidades del mundo,
quiero pediros especialmente un testimonio de comunión fraterna que se vuelva
atractivo y resplandeciente. Que todos puedan admirar cómo os cuidáis unos a
otros, cómo os dais aliento mutuamente y cómo os acompañáis: «En esto
reconocerán que sois mis discípulos, en el amor que os tengáis unos a otros» (Jn 13,35). Es lo que con tantos deseos
pedía Jesús al Padre: «Que sean uno en nosotros […] para que el mundo crea» (Jn 17,21)”.
Un nuevo tipo
de relaciones en Jesucristo. Se trata de “descubrir y transmitir la mística de vivir juntos, de
mezclarnos, de encontrarnos, de tomarnos de los brazos, de apoyarnos, de
participar de esa marea algo caótica que puede convertirse en una verdadera
experiencia de fraternidad, en una caravana solidaria, en una santa
peregrinación”, donde las mayores
posibilidades comunicación se traduzcan en “más posibilidades de encuentro y de
solidaridad entre todos” (87). Pues “el ideal cristiano siempre invitará a
superar la sospecha, la desconfianza permanente, el temor a ser invadidos, las
actitudes defensivas que nos impone el mundo actual”, tales como “la privacidad
cómoda o hacia el reducido círculo de los más íntimos, y renuncian al realismo
de la dimensión social del Evangelio” o “un Cristo puramente espiritual, sin
carne y sin cruz, también se pretenden relaciones interpersonales sólo mediadas
por aparatos sofisticados, por pantallas y sistemas que se puedan encender y
apagar a voluntad” (88).
De aquí que la respuesta cristiana impulsa
a caminar adelante y arriesgar un encuentro
con los otros:
“… el Evangelio nos invita siempre a
correr el riesgo del encuentro con el rostro del otro, con su presencia física
que interpela, con su dolor y sus reclamos, con su alegría que contagia en un
constante cuerpo a cuerpo. La verdadera fe en el Hijo de Dios hecho carne es
inseparable del don de sí, de la pertenencia a la comunidad, del servicio, de
la reconciliación con la carne de los otros. El Hijo de Dios, en su
encarnación, nos invitó a la revolución de la ternura” (88).
Las soluciones que presenta el mundo contemporáneo, “el aislamiento” que “puede
expresarse en una falsa autonomía que excluye a Dios, pero puede también darse
en lo religioso una forma de consumismo espiritual a la medida de su
individualismo enfermizo”, la “vuelta a lo sagrado y las búsquedas espirituales
que caracterizan a nuestra época son fenómenos ambiguos” (89). El remedio a la
sed de Dios está en ofrecer “una espiritualidad que los sane, los libere, los
llene de vida y de paz al mismo tiempo que los convoque a la comunión solidaria
y a la fecundidad misionera”, a fin de “responder adecuadamente a la sed de
Dios de mucha gente”, que está en el encuentro con Jesús y su cruz y en el “compromiso
con el otro”.
De aquí que la “solución nunca consistirá
en escapar de una relación personal y comprometida con Dios que al mismo tiempo
nos comprometa con los otros” (91). Es preciso “reconocer que el único camino
consiste en aprender a encontrarse con los demás con la actitud adecuada, que
es valorarlos y aceptarlos como compañeros de camino, sin resistencias
internas. Mejor todavía, se trata de aprender a descubrir a Jesús en el rostro
de los demás, en su voz, en sus reclamos. También es aprender a sufrir en un
abrazo con Jesús crucificado cuando recibimos agresiones injustas o
ingratitudes, sin cansarnos jamás de optar por la fraternidad”, como lo hizo
santa Teresina y que aparece en la nota 69 en este número.
Por eso, menciona la convicción de que una
fraternidad mística es parte fundamental para las personas y para
la misión de evangelización:
“Allí está la verdadera sanación, ya que
el modo de relacionarnos con los demás que realmente nos sana en lugar de
enfermarnos es una fraternidad mística,
contemplativa, que sabe mirar la grandeza sagrada del prójimo, que sabe
descubrir a Dios en cada ser humano, que sabe tolerar las molestias de la
convivencia aferrándose al amor de Dios, que sabe abrir el corazón al amor
divino para buscar la felicidad de los demás como la busca su Padre bueno.
Precisamente en esta época, y también allí donde son un «pequeño rebaño» (Lc 12,32), los discípulos del Señor son
llamados a vivir como comunidad que sea sal de la tierra y luz del mundo (cf. Mt 5,13-16). Son llamados a dar
testimonio de una pertenencia evangelizadora de manera siempre nueva. ¡No nos dejemos robar la comunidad!”
(92).
Creo que estos párrafos de la EG son
suficientes para nos motivar a hacer una opción clara y decidida sobre el valor
de nuestras Comunidades en la vida de cada uno de nosotros y de los más de 25
mil Seglares esparcidos en alrededor de 1.700 Comunidades OCDS en circa de 74
naciones por todo el mundo…
El carisma del Carmelo teresiano es muy
actual y vivo. Nos toca a vosotros, aquí en ésta realidad de España, con los
desafíos que tienen en las familias, en el trabajo, en la Iglesia y en las mismas
Comunidades de seguir adelante. “Es sano
acordarse de los primeros cristianos y de tantos hermanos a lo largo de la
historia que estuvieron cargados de alegría, llenos de coraje, incansables en
el anuncio y capaces de una gran resistencia activa. Hay quienes se consuelan
diciendo que hoy es más difícil; sin embargo, reconozcamos que las
circunstancias del Imperio romano no eran favorables al anuncio del Evangelio,
ni a la lucha por la justicia, ni a la defensa de la dignidad humana. En todos
los momentos de la historia están presentes la debilidad humana, la búsqueda
enfermiza de sí mismo, el egoísmo cómodo y, en definitiva, la concupiscencia
que nos acecha a todos. Eso está siempre, con un ropaje u otro; viene del límite humano más que de
las circunstancias. Entonces, no digamos que hoy es más difícil; es distinto.
Pero aprendamos de los santos que nos han precedido y enfrentaron las
dificultades propias de su época. Para ello, os propongo que nos detengamos a
recuperar algunas motivaciones que nos ayuden a imitarlos hoy” (EG 263).
Concluyendo
Nuestra santa Madre Teresa era muy amiga de
la alegría. Escribe una frase muy
significativa sobre su contrario: “a una
monja descontenta yo la temo más que a muchos demonios” (cta 402,9, del
14.7.1581, a Gracián). Por ello y según
su testimonio, su vida de monja fue vivida con alegría (cf.: V 4,2) y a los principiantes
en la vida de oración recomienda “alegría y libertad”: “Procúrese a los principios andar con alegría
y libertad, que hay algunas personas que parece se les ha de ir la devoción si
se descuidan un poco” (V 13,1).
Así sintetiza la vida en comunidad, donde se han de vivir las virtudes del amor y en igualdad fraterna: “aquí
todas han de ser amigas, todas se han de amar, todas se han de querer, todas se
han de ayudar” (C 4,7), una llamada a vivir en un clima de alegría y afabilidad, según “el
estilo de hermandad y recreación que tenemos juntas” (cf.: F 13,5). Esto mismo
es lo que ha enseñado a S. Juan de la Cruz y a los frailes y que pienso sirven también
para nuestras Comunidades de la Orden Seglar. Aquí hay que volver siempre, a Aquél que es la
Fuente de la Alegría: Cristo Resucitado.
Él es el motivo y la causa de la alegría para cada persona humana.
Así,
podríamos leer la vida de la Santa Madre a la luz de lo que dice el Papa
Francisco en el principio de la EG: “La alegría del
Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se
encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado,
de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre
nace y renace la alegría” (EG 1). Por eso, la Iglesia capaz de salir de sí misma para llevar el Evangelio, es
“comunidad de discípulos misioneros que primerean,
que se involucran, que acompañan, que fructifican y festejan” (Cf.: EG 24).
Donde esto ocurre, hay luz y “el
testimonio de comunidades auténticamente fraternas y reconciliadas, eso es
siempre una luz que atrae” (EG 100). Bajo la ley del amor que nos dejó Jesús y
que es la que nos guía, es la señal del cristiano en contra de todo; en fin, el
bien vence el mal (cf. Rm 12,21) y las antipatías (EG 101). Sabemos que las “diferencias entre las
personas y comunidades a veces son incómodas, pero el Espíritu Santo, que
suscita esa diversidad, puede sacar de todo algo bueno y convertirlo en un
dinamismo evangelizador que actúa por atracción. La diversidad tiene que ser
siempre reconciliada con la ayuda del Espíritu Santo; sólo Él puede suscitar la
diversidad, la pluralidad, la multiplicidad y, al mismo tiempo, realizar la
unidad” (EG 131).
¿Seremos capaces de responder a los desafíos que nos presenta hoy el
mundo, la Iglesia, la Orden y nuestras Comunidades y miembros y así
corresponder a nuestra misión y saciar la sed de Verdad y de luz para tantos
que la buscan? Según S. Teresa, si hacemos eso poco que está en nuestro alcance,
y confiamos en la gracia del Señor, sí….
Confiemos a la Virgen de la Alegría nuestras labor y nuestra vida,
pidiendo que ella implore este fruto del Espíritu para nuestras Comunidades
para el bien de la Iglesia y del mundo:
“Estrella de la nueva evangelización,
ayúdanos a resplandecer en el testimonio de la comunión,
del servicio, de la fe ardiente y generosa,
de la justicia y el amor a los pobres,
para que la alegría del Evangelio
llegue hasta los confines de la tierra
y ninguna periferia se prive de su luz.
ayúdanos a resplandecer en el testimonio de la comunión,
del servicio, de la fe ardiente y generosa,
de la justicia y el amor a los pobres,
para que la alegría del Evangelio
llegue hasta los confines de la tierra
y ninguna periferia se prive de su luz.
Madre del Evangelio viviente,
manantial de alegría para los pequeños,
ruega por nosotros.
Amén. Aleluya”. (EG 288)
manantial de alegría para los pequeños,
ruega por nosotros.
Amén. Aleluya”. (EG 288)
Para
el diálogo -
1.
Comparte con los demás lo que más te ha llamado la atención del tema abordado.
2.
Cómo sientes el clima de tu Comunidad: ¿es atrayente y corresponde a lo que
quería S. Teresa y la EG?
3.
Crees que las orientaciones de la EG de papa Francisco pueden ayudar a vivir
mejor la comunión fraterna en la Comunidad y en la vida de cada día? ¿De qué
modo?
4.
Hay alguna otra sugerencia que te gustaría de hacer a los demás o al Consejo
Provincial?
¡Gracias
por la participación!
Fr. Alzinir Francisco Debastiani OCD
[1] Comisión teológica internacional, Comunión y servicio: la persona
humana creada a imagen de Dios, en, http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/cti_documents/rc_con_cfaith_doc_20040723_communion-stewardship_sp.html.
2004, 40-43: “Las personas creadas a imagen de Dios son
seres corpóreos cuya identidad, masculina o femenina, los destina a un tipo
especial de comunión con los otros. Como ha enseñado Juan Pablo II, el
significado nupcial del cuerpo encuentra su realización en el amor y en la
intimidad humana, que reflejan la comunión de la Santísima Trinidad, cuyo mutuo
amor se derrama en la creación y en la redención. Esta verdad está en el centro
de la antropología cristiana. Los seres humanos están creados a imago Dei precisamente como personas capaces de
un conocimiento y de un amor que son personales e interpersonales. En virtud de
la imago Dei, estos seres
personales son seres relacionales y sociales, dentro de una familia humana cuya
unidad está, al mismo tiempo, realizada y prefigurada en la Iglesia.
Cuando se habla de la persona, nos estamos
refiriendo tanto a la identidad e interioridad irreductible que constituyen a
cada individuo, como a la relación fundamental con los otros que está en el
cimiento de la comunidad humana. En el planteamiento cristiano, esta identidad
personal, que es también una orientación hacia el otro, se fundamenta esencialmente
en la Trinidad de las Personas divinas. Dios no es un ser solitario, sino una
comunión entre tres Personas. Constituido por la única naturaleza divina, la
identidad del Padre es su paternidad, su relación con el Hijo y con el
Espíritu; la identidad del Hijo es su relación con el Padre y con el Espíritu;
la identidad del Espíritu es su relación con el Padre y con el Hijo. La
revelación cristiana ha llevado a articular el concepto de persona y le ha
atribuido un significado divino, cristológico y trinitario. Ninguna persona en
cuanto tal está sola en el universo, sino que siempre está constituida con los
otros y está llamada a formar con ellos una comunidad.
Se sigue, pues, que los
seres personales son también seres sociales. El ser humano es verdaderamente
humano en la medida en que actualiza el elemento esencialmente social en su
constitución en cuanto persona dentro de los grupos familiares, religiosos,
civiles, profesionales y de otro tipo, que en su conjunto forman la sociedad a
la que pertenece. Aun afirmando el carácter fundamentalmente social de la
existencia humana, la civilización cristiana ha reconocido siempre el valor
absoluto de la persona, así como la importancia de los derechos individuales y
de la diversidad cultural. En el orden creado siempre se dará una cierta
tensión entre la persona individual y las exigencias de la existencia social.
En la Santísima Trinidad hay una armonía perfecta entre las Personas que
comparten la comunión de una única vida divina”
[2] Cf.: Concilio Vaticano II, Lumen Gentium, 4; Gaudium
et spes, 24; cf. Juan Pablo II, Christifideles
Laici, 19. Ratio Institutionis OCDS,
25. Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida
Apostólica, Congregavit
in uno Christi amor, 8-9.
[3] Juan Pablo II, Christifideles
Laici, 8.
[4] Concilio Vaticano II, Gaudium
et spes, 23; Pontificio Consejo de la justicia y de la paz, Compendio de la doctrina social de la
Iglesia, 34. Cf.: Benedicto XVI, Caritas in veritate, 54. Cf:. n. 34.
[5] Cf. Constituciones OCDS,
40.
[6] Cf. S. Teresa de Jesús , Camino de perfección , 24,5; 26,1; 27,6. Cf. Camino (Escorial), 20,1.
[7] Cf. Constituciones
OCDS, 11.
[8] Cf. S. Teresa de Jesús, Vida, 32,11; Camino de
perfección, 17,7;
1,5; 3,1.
[9] S. Teresa, Camino, 4,4.11;
6-7; cf.: Castillo interior, V, 3,7-12.
[10] Cf. S. Teresa de Jesús, Vida, 15,5; 23,4.
[11] S. Teresa de Jesús, Castillo, VI, 10,6; cf. Camino 40,3; 41,7.
[12] Cf. S. Juan de la Cruz, Subida del Monte Carmelo, II, 6,1; Cautelas, 5.
[13] S. Juan de la Cruz, Carta a M. María de la Encarnación, 6
julio 1591; cf.: Carta a una religiosa de Segovia (1591); Subida, III, 23,1; Noche
Oscura, I, 2,1; 5,2; 7,1; 12,7-8.
Cf. Grados de perfección, 17; Sentencias, 27.
[14] Cf. Constituciones
OCDS, 12.
[15] Cf.: S. Teresa, Castillo,
VII, 4,14-15.
[16] Cf. Constituciones
OCDS, 58g y los Estatutos
particulares sobre el número máximo de los miembros de una Comunidad.
[17] Cf.: S. Teresa, Vida,
7,22; 16,7.
[18] Cf.: Constituciones OCDS,
18.
[19] Cf. Ratio OCDS,
28.
[20] Juan Pablo II, Novo
millennio ineunte, 43.
[21] Francisco, Lumen fidei,
40.
[23] Concilio Vaticano II, Apostolicam actuositatem,
13.19; Juan Pablo II, Christifideles
laici, 31-32; Cf. Benedicto XVI, Deus caritas est, 20.
[24] Cf. Código de Derecho Canónico,
can. 208-223; 224-231.
[25] Cf. Código de
Derecho Canónico, can. 308; Cf. Constituciones OCDS, 47-e.
[26] Código de Derecho
Canónico, Can. 316§1.
[27] Id., can. 316§2. Cf.: can. 312§2.
[28] Cf. Constituciones
OCDS, 12.