Los días 10, 11 y 12 de marzo,
según se había programado, se reunieron en la Casa de Espiritualidad de Larrea
Hermanos de la Orden Seglar y alguna persona perteneciente al entorno o muy
simpatizante de la Familia Carmelitana. Porque
este Retiro está abierto a cuantos gustan de conocer más a fondo el carisma
carmelitano. Querían vivir unas jornadas de Retiro espiritual y lo querían
hacer, como cada año por estas fechas, viviendo en el silencio, la escucha
atenta a la Palabra de Dios y la oración compartida y meditada.
Llegaron, unos a media tarde y
otros casi a las 8, unas 40 personas. Maletas de poco peso procedentes de La
Rioja, Bilbao, Calahorra, Pamplona, Vitoria, Santander… que ansiaban regresar
repletas de perdón e ilusiones para hacer de la Cuaresma ese tiempo de
conversión que nos pide el Papa en estas fechas.
Al frente de este superequipo de
bienintencionados seglares carmelitas se encontraba el P. Antonio Viguri, del
que ya se esperaba su acostumbrada insistencia en el silencio (“no está Dios en
el ruido… búscalo donde se le puede oir… en el silencio”).
El P. Viguri, que acompaña a la Comunidad seglar de Pamplona, es también el Asistente del Consejo Provincial Seglar de nuestra Provincia de San Joaquín. Su experiencia sobre la historia -éxitos grandes y pequeños- de la Orden Seglar de Navarra es reconocida por todos.
El P. Viguri, que acompaña a la Comunidad seglar de Pamplona, es también el Asistente del Consejo Provincial Seglar de nuestra Provincia de San Joaquín. Su experiencia sobre la historia -éxitos grandes y pequeños- de la Orden Seglar de Navarra es reconocida por todos.
El viernes 10, a las 8, comenzaba
el retiro con una Misa que incluía las Vísperas del día. Ya se puso en marcha
la cítara de José Carlos, que a diferencia de las del salmo, no quedó colgada
de ningún árbol. Acompañó desde entonces cada rezo, que se hizo cantando con
distintos tonos monásticos y a dos coros.
Se presentó el sábado con
prometedor silencio y aviso de mucha tarea: charlas sobre temas que tratan los
evangelios de Cuaresma, lectura y meditación individual, tiempo para la
reconciliación y final de jornada con exposición del Santísimo. De nuevo la
liturgia de las horas, con solemnidad, con participación en lecturas y preces. De nuevo el silencio orante, con
broche de absolución por la tarde (hasta 6 confesores) y emotiva bendición por
la noche (“mírale, que te mira”, recordaba el P. Viguri momentos antes citando
a Santa Teresa).
Ese sábado se sentaron todos a
comer con el rico Epulón y advirtieron que el pobre Lázaro (cuyo nombre
significa “promesas”) les invitaba a todos a otra suerte de banquete: a cambiar
de vida y a ver en el otro una llamada a la conversión. Y repasaron, como quien
no tiene prisa, las lecturas de estos domingos cuaresmales.
Descubrieron todos que Dios es gracia y perdón, que el desierto es un estado del alma, que hay que ser dócil a la voluntad de Dios, que si nos acercamos a Cristo hay transfiguración. Y algo en apariencia sin sentido: que puedes pensar, confesándote poco, que no tienes pecados, porque la conciencia de pecado se va disolviendo en tu interior de forma que no te encuentras nunca con ninguna falta.
Descubrieron todos que Dios es gracia y perdón, que el desierto es un estado del alma, que hay que ser dócil a la voluntad de Dios, que si nos acercamos a Cristo hay transfiguración. Y algo en apariencia sin sentido: que puedes pensar, confesándote poco, que no tienes pecados, porque la conciencia de pecado se va disolviendo en tu interior de forma que no te encuentras nunca con ninguna falta.
Fue el sábado, sin duda, un día
muy completo, en el que, según dijeron algunos, la entrada en la habitación y
el cerrar de ojos fue premio a tanta emoción vivida.
El domingo 12 tuvo desde después
del desayuno a unas protagonistas de excepción, con un claro mensaje de promesa
de felicidad: eran las Bienaventuranzas. “Una tarjeta de identidad del
cristiano, comienzo del maravilloso Sermón de la Montaña, programa de vida
desde la fe en el Hijo de Dios”. Casi nada. Y hubo repaso de conceptos, para
que las cosas fueran transparentes: pobreza no significa “no poseer” sino vivir
sin apegos; la mansedumbre se encuentra en el hombre decidido que busca a Dios;
“llorar”, como sugiere Jesús, es sufrir también por los pecados ajenos…
La misa, mientras acababa la
mañana, les dio a todos oportunidad de agradecer al Señor las horas allí
vividas manifestando (dijo más de una persona) que les había sabido a poco.
Recibida la comunión se recitó un poema del que se habló por la mañana: unos versos
de León Felipe.
“Hazme una cruz sencilla,
Carpintero…
Sin añadidos
Ni ornamentos…
Que se vean desnudos
Los maderos,
Desnudos
Y decididamente rectos:
Los brazos en abrazo hacia la
tierra,
El astil disparándose a los
cielos.
Que no haya un solo adorno
Que distraiga este gesto:
Este equilibrio humano
De los dos mandamientos…
Sencilla, sencilla…
Hazme una cruz sencilla,
Carpintero.”
Con estas líneas se llegaba al
agradecimiento del director del Retiro y especialmente quiso tener presentes a
cuantas personas habían orado por el mejor fin del mismo.
Comieron todos, después, entre la
prisa de Calahorra por un taxi que venía con la hora en punto y el regreso
tranquilo de Bilbao, que jugaba en casa. Pero como todo era bueno hasta el
postre nadie se fue sin acabar del todo. Y fue entonces cuando el P. Jon Korta,
de esa comunidad de Padres, saludó a sus hermanos seglares del Carmelo.
La comida, de bendición. El
sueño, con agrado. Las Hermanas, pendientes de todo. Y se oyó por los pasillos
planificar para el año próximo, porque se iban contentos, con el alma en paz y
abrazada al deseo de acompañar al Señor.
La Casa de Espiritualidad de
Larrea, que ha experimentado una profunda restauración, sobre todo en la planta
baja, eliminando barreras arquitectónicas y dotándola de un moderno ascensor,
abrió de nuevo sus puertas para acogerte siempre que vayas. Te están esperando.